Amor al lujo
Mª ÁNGELES ARAZO
Sábado, 18 de octubre 2025, 23:49
Desde antiguo nuestra gente fue dada en gastar, sobre todo para el embellecimiento externo, porque otra hermosura quedaba para los místicos, justos y beatos. Si ... hoy en día todo se resuelve con créditos, los empeños debieron ser antaño tan frecuentes que los jurados decidieron establecer normas para la buena administración. Es curioso que en 1463 el Consell acordase que las mujeres casadas no hicieran ostentación, fuera de casa, de collares, pulseras de oro o de plata dorada, ni llevaran ristras de perlas que costaran más de seis libras. Igualmente no se les permitía que su túnica se arrastrase sobre el piso más de un palmo y medio, y desde luego se les prohibía usar guantes de martas, así como tapines con oropel (floreado o con ribetes de armiño).
Pero, ojo, tanta limitación quedaba anulada si el marido poseía un caballo en el que pudiese cabalgar un jinete armado, equino cuyo precio era como mínimo de 30 florines; es decir, si contaba con algo que pudiera resolver una prolongada deuda y el reclamo de orfebres o modistas. Con el tiempo también llegaron limitaciones a los hombres, porque su vanidad se exteriorizaba en el dorar y platear la espada, el puñal, las espuelas y cualquier clase de guarnición. Es más, se recurrió a pintar emblemas como joyas con perlas y piedras preciosas, simulando insignias y medallas concedidas por méritos. Claro que de todo se libraban los jovenes cuyos padres tenían el famoso caballo.
Con los siglos y la democracia, ni concejales, ni diputados, ni ningún jerarca osaría establecer medidas, no para el gasto, sino para el gusto de una estética, prohibiendo mostrar dobleces de grasa bajo la cintura por aquello del pantalón bajo de tiro y el ombligo al aire. Lo único que se ha prohibido es fumar en determinados lugares, y se sigue fumando con placeer. El que se tengan o no buenos caballos en este tiempo corresponde a la declaración de Hacienda. Y de tal confesión nadie se salva.
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