Las altas chimeneas
La zona inhóspita de las industrias quedaba más allá de la orilla izquierda del río. Debía de reclutar a centenares de obreros que acudirían con ... la pequeña bolsa para la fiambrera. Sonarían con frecuencia las sirenas que marcaban horarios y obligaciones. Los demás ciudadanos vivían al margen de aquel mundo fabril, del que sólo conocían un horizonte de naves y altas chimeneas que se alzaban como faros. Como torres homenaje a un modesto trabajo artesanal, vinculado a este pueblo que se familiarizó siempre con el barro y el fuego, que utilizó el ladrillo para sus casas y sus campanarios.
Las chimeneas de ladrillo, nuestra 'rajola', se empleaba ya como material de construcción desde la época romana y su fabricación ha seguido a lo largo de los siglos como elemento funcional.
El tiempo barrió almoina, santo patrón y gremio, pero 'els rajolers' continuaron su trabajo en las afueras de las ciudades y de los pueblos, levantando las hermosas chimeneas sin necesidad de andamio, porque se bastaban el albañil y el ayudante para ir superponiendo les 'rajoles' a su alrededor; se encerraban en ese espacio circular donde también sujetaban hierros a modo de peldaños.
No faltaban en aquel mítico horizonte chimeneas cuadradas, cilíndricas, octogonales y helicoidales; algunas recordando el columnario gótico de la Lonja de la Seda, y otras la evocación mudéjar.
Mas la panorámica de industrias entre algún palmeral o huerto de alquería sólo es hoy recuerdo de los mayores. La zona degradada al final de la Alameda comenzó a transformarse. Se eliminó una insólita barraca que desafió al cemento, rodeada de campos que araba el dueño trazando la más perfecta geometría de surcos. También, en la nebulosa de recuerdos, citamos la fábrica de Juguetes Geyper.
La ciudad crecía y crecía. La Alameda se prolongó y comenzó a edificarse el hotel Rey Don Jaime, el veterano en un núcleo actual de hostelería elitista.
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