En esta época tan convulsa que nos ha tocado vivir, es imposible perder la esperanza de la resurrección para quienes creen y confían en aprobar ... en el Juicio Final.
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En los diccionarios de arte sobre iconografía religiosa, el tema sugestionó a los pintores de los siglos, XIV, XV y XVI. Sin embargo, las más antiguas imágenes del temido Juicio ya fueron realizadas con mosaicos durante la época paleocristiana.
Como escribe Rosa Giorgi, la primera imagen que se conoce del Juicio Final es la separación de ovejas (por las almas buenas) y carneros (almas malas), del siglo VI, que puede admirarse en la basílica di Sant'Apollinare Nuovo, de Rávena.
También en mosaicos, pero de los siglos XI y XII, encontramos el gran mural de Santa María Assunta, en la isla veneciana de Torcello; una barroca representación secuencial donde no faltan ni Adán y Eva adorando la cruz, ni los doce apóstoles acompañando a Cristo, que está sentado sobre dos arcos iris, ni el mar arrojando cadáveres, ni un río de fuego alimentando el infierno.
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Fray Angélico pintó el más idílico de los paraísos y el más ingenuo de los infiernos en el famoso Juicio Final expuesto en el Museo de San Marcos de Florencia. Los merecedores de castigo hierven en una especie de paella, mientras que los justos juegan al corro con ángeles.
Las almas buenas avanzan entre luces serenas, guiadas por la armonía de sus actos; las almas malas, en cambio, cargan sombras que revelan el peso de sus decisiones. Lo cierto es que, ante la pregonada resurrección, por mucho que te incineren y luego se echen las cenizas al azul Mediterráneo, de los ritos y parafernalia relativa al adiós definitivo nadie se libra.
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La elucubración se mantiene desde que el hombre le tomó amor a la vida y prefiere henchirse de primaveras, aunque sea anciano, que ser apacentado como una ovejita en un prado de nubes. En espera de la incógnita, gocemos con cada minuto.
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