Albaranet, relicario
Mª ÁNGELES ARAZO
Sábado, 24 de mayo 2025, 23:16
Visité la impresionante y hermosa Morella, por primera vez, cuando se cerraban las ermitas alejadas en las aldeas; en aquel tiempo de absurda modernización en ... que se guardaban las imágenes policromadas en el fondo de un armario de sacristía y los ambulantes mercaderes de 'lo antiguo' traficaban con impunidad. En aquel verano en que se habían terminado las procesiones locales y ya no se pedía lluvia, el trueque de objetos religiosos por utensilios de plástico que adoraban las viejas vecinas era frecuente. Junto a ellos comenzaron a surgir los relicarios, bellas labores de cintas, incrustaciones de encaje, sedas, nácar y agujas de azabache que rodeaban un pedacito de hueso o unos cabellos que habían pertenecido a un santo.
Al llegar a este punto quiero recordar a un singular personaje, descendiente de la familia de los Cruilles, a quien conocí en el palacio familiar y que había tenido la decisión y la fortuna de rehabilitar tan notable edificio. En aquel tiempo, el palacio albergaba una gran colección de auténticas antigüedades: arcones, sillerías, vajillas, hornacinas, lienzos religiosos de importantes firmas y bargueños del XVII.
El genial anticuario, que había cursado Geografía e Historia, para licenciarse en Arte y trabajar con pasión en el mágico palacio, me confesó que el edificio de los Cruilles fue adquirido en 1920 para instalar un Casino Carlista y terminó siendo propiedad de un carnicero que lo destinó a corral y almacén. De tal estado ruinoso fue salvado por don Manuel Iranzo Henares, registrador de la propiedad en San Mateo, quien le devolvió toda la prestancia. Recordando aquel verano, el anticuario me comentó los coleccionistas que iban a Morella en busca de alguna pieza y, con buen humor, añadió que él jamás se desprendería de 'el albarán', la breve jaculatoria morisca que llevaban como una garantía mística, a la que aludía Jaume Roig en El Spill o Llibre de les Dones. El palacio y su tesoro.
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