EDITORIAL | Victoria insuficiente
El PP de Feijóo gana pero no puede gobernar, mientras el sanchismo resiste mejor de lo esperado y ya fantasea con un nuevo Gobierno Frankenstein que evite la repetición electoral
El PP obtuvo este domingo una victoria amarga en las elecciones generales. Siendo el partido más votado, la composición del Parlamento no le permitirá gobernar, aunque su candidato, Alberto Núñez Feijóo, lo intente en una investidura condenada al fracaso. Porque en ningún caso cabe pensar que el PNV va a respaldar un Gobierno popular que necesita los escaños de Vox. Por primera vez en la historia de la democracia española, la formación más votada no va a alcanzar la Moncloa. Asunto distinto es que lo haga la que ha quedado en segundo lugar, el PSOE de Pedro Sánchez, que ya fantasea con mantenerse con los socios que lo auparon al poder.
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No lo va a tener fácil. Porque no sólo necesita a los republicanos catalanes y a los independentistas vascos sino a dos partidos -PNV y Junts- que por distintas razones no le van a ceder sus votos gratuitamente. Lo cual constituye un obstáculo añadido incluso para un Sánchez que en diferentes ocasiones ha mostrado su predisposición a pactar con cualquiera con tal de conservar la Presidencia. Las incógnitas que se abren respecto a los futuros pactos cuando se constituyan las Cortes no descartan la repetición electoral, que en este caso no sería inédita en nuestro país. Son los dos únicos escenarios posibles, o acudir de nuevo a las urnas o la reedición del Gobierno Frankenstein.
Las encuestas, esta vez, no acertaron del todo. Pronosticaban una victoria del bloque de derechas, que se ha producido, pero auguraban una mayoría absoluta a la que le han faltado cinco escaños. A su vez, el sanchismo ha aguantado contra todo pronóstico. Y contra el pésimo rendimiento de Sánchez en el cara a cara con Feijóo. La última semana de campaña ha sido de impulso para las opciones socialistas y de decaimiento para un PP que se vio vencedor antes de tiempo. Como ya le ocurrió a los populares en 1993. La izquierda ha sabido rentabilizar el miedo a un Gobierno que dependiera de Vox y ha movilizado votantes que el 28-M se quedaron en casa.
La derecha no tiene motivos para celebrar una victoria amarga pero la izquierda tampoco debería alegrarse en exceso después de un mal resultado. Porque en el mejor de los casos, su permanencia en el Gobierno va a depender de partidos que se sitúan fuera del marco constitucional y sueñan con fracturar el Estado de las autonomías. Celebrar el quedar segundos o el obtener menos escaños que los de la marca anterior -en el caso de Sumar y Podemos- demuestra que la política se ha cargado de un relativismo moral en el que el tacticismo y la imagen están por encima de los intereses comunes.
Pedro Sánchez es tras los resultados del 23-J el único presidenciable con posibilidades reales de ganar. Si lo consigue será pagando un peaje de incalculables consecuencias para España. Y con un panorama autonómico en el que la mayoría de comunidades está bajo el gobierno del Partido Popular. Cuando el presidente del Gobierno habla de «bloque involucionista» para referirse al PP y a Vox cabría preguntarle si en el bloque «de progreso» incluye a Bildu, a Esquerra Republicana o a Junts, blanqueadores políticos del terrorismo etarra los primeros, autores del golpe de Estado del 1 de octubre los segundos. Si la victoria del PP es amarga porque no va a poder gobernar, la derrota del PSOE y de Sumar es dulce porque están en disposición de seguir cuatro años más en la Moncloa. Aunque sea con pactos de dudosa conveniencia para el conjunto de los españoles. Desgraciadamente, la gobernabilidad de España vuelve a recaer en las manos de partidos y líderes que no creen en España.
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