La música nos suena
Lo que tanto costó reunir yace en unas naves sin protección, con butrones, sin los elementos que acompañaban el quehacer ferroviario
JUAN LUIS LLOP BAYODOCUMENTALISTA FERROVIARIO
Jueves, 23 de octubre 2025, 23:46
Al hilo del viejo trenet que todavía cruza Paterna, recuerdo haber tenido divergencias sobre la fecha de inauguración en su centenario de 1988, cuando el ... cronista local Vicente Cotolí, me espetó para defender su tesis: «Siempre me toca bailar con la más fea». Aquello no era más que una reacción defensiva contra mi argumento, que en cambio me transmitía la satisfacción de su nuevo hallazgo. Me contradijo y ahora se lo agradezco, allá dónde esté.
Algo parecido sucede tras lo acontecido el pasado día 13, cuando han amanecido pintarrajeados en el antiguo taller del Metro de Torrent, algunas de las unidades del ferrocarril suburbano, en concreto las que estrenaron el subterráneo. Piezas clave. La música me suena. Demasiado, diría yo. Me toca ahora defender lo que nadie aprecia y permanece encerrado a la espera de abrir sus puertas. Con la diferencia actual de tener que confrontar el salvajismo de grafiteros ociosos con el estudio de nuestro transporte más popular. Todo ello era de prever tras el contumaz abandono, con una oferta de colección museográfica devaluada, ya no museo con todas sus letras sino con un inventario reducido a la mínima expresión, mal restaurado y empolvado, a lo que añadir un notable descontrol en su gestión. Casualmente cuando es palpable el mimo con que se ofrece la visita a los convoyes del clásico Metro de Madrid en Chamartín, o se preparan los que celebrarán, aunque con retraso, los cien años del de Barcelona.
Lo que tanto costó reunir aquí, yace en unas naves sin protección, con innumerables butrones, sin ninguno de los elementos que acompañaban el quehacer ferroviario como relojes o campanas ya vendidas o robadas, y con nula perspectiva institucional que conduzca al lucimiento de nuestro patrimonio colectivo del desplazamiento. Volaron las dos costosísimas locomotoras de vapor con que se contaba junto a sus preciados remolques, se dejaron perder los mejores ingenios al exterior, y se mantienen dentro una locomotora vasca o dos tranvías de Oporto que nada tienen que ver con el fondo. Porque eso sí, la oferta museística de Torrent posee una rara vocación: carecer del más mínimo criterio en cuando a la selección de su muestra. En todos los museos de este tipo se practica lo que un historiador primerizo haría: conservar un vehículo representativo y completo de cada época y de cada cometido. Un Bujía para ir a la playa, un automotor Devis de la fiesta de S. Miquel de Líria, un 1000 pionero del Metropolitano del año 1954, un remolque zaragozano, un belga de línea de Rafelbuñol, un Wumag alemán para ir a la Cañada, etc.
Pero no. Marcharon las dresinas y coches del Limón Exprés a León, no figuran los descomunales tornos de ruedas, desaparecida la aerodinámica Blanca Doble...
Además y como colofón, el último episodio coincide precisamente cuando la persona responsable de dicho futuro museo del Transporte, regresa de un congreso en Granada, el del Comité Internacional para la Conservación del Patrimonio Industrial o TICCIH. Digo yo si habrá servido su aplaudida ponencia para enarbolar «lo bien ubicado» que estaba el archivo histórico de Ferrocarrils de la Generalitat, en un barracón en medio del aparcamiento que se llenó con metro y medio de agua hace un año, o la «magnífica conservación» de los trenes y tranvías, al albur de excrementos de palomas o incursiones de amantes de lo ajeno. ¿Habrá servido de algo el peregrinaje de sedes desde el Parque Central, la estacioneta del Grao o de Marchalenes, hasta Torrent?
Desde que en 1977 se pensara entablar conversaciones con la entonces FEVE para la parte ferroviaria, y con el ayuntamiento y SALTUV para la tranviaria, mucho ha llovido. Éramos pioneros en esta iniciativa a nivel nacional. La finalidad era conservar un variado abanico del arcaico modelo enormemente peculiar, del transporte valenciano. Ya se apreciaba entre nostálgicos e ilustres coleccionistas, que su jardín no era el mejor destino para estos gloriosos artefactos. Estaban rescatados del desguace, pero había que perpetuar su existencia. Y fueron todos en extremo colaboradores de la causa. Es así como el notario Joaquín Sapena, el periodista Justo de Ávila, el industrial juguetero Luis Falcó, Muebles Pallardó, o grúas Pernales entre otros, observaban como una carrocería de ebanistería fina como es un tranvía, no debería continuar a la intemperie. Cedieron sus característicos carruajes, que antes de acabar como casita de juegos de la prole, habían sido objeto de cotidiano asalto de trabajadores a media jornada o amas de casa con cestas de la compra.
Tanto del regalo como de sendos autores del ofrecimiento, conservo un recuerdo indeleble y emocionado. Lo que no sabíamos es que sería posteriormente un proyecto fallido aquí y copiado con profusión y esmero afuera. Como en el Titanic, la música suena mientras nos hundimos borrando nuestro pasado industrial.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión