Ximo Puig no puede representar el futuro del socialismo valenciano. No puede hacerlo porque así lo dice su DNI -67 años dentro de menos de ... un mes- y porque lo que el ahora embajador de España ante la OCDE representa es un pasado brillante al frente del PSPV. Puig dirigió ocho años la presidencia de la Generalitat, al frente de sendos gobiernos de coalición. Y más allá de las rencillas lógicas entre partidos políticos que se ven obligados a pactar pero que saben que su futuro depende de su capacidad para devorarse entre sí, su gestión vista desde la distancia contribuyó a consolidar la posición de la Comunitat, con decisiones sobresalientes como las que permitieron la llegada de PowerCo a Sagunto o superar con razonable éxito el azote de una pandemia, o reconducir el debate lingüístico hacia líneas de entendimiento. La trayectoria política de Puig, sentido común por encima de todo, puede encontrar peros en lo que se refiere al capítulo orgánico y su ir y venir de apoyo a Sánchez en función de intereses de partido -quien iba a decir que la posición buena era la inicial, al lado de Susada Díaz-. Pero resiste sin ningún problema la revisión de la gestión al frente de la Generalitat, incluido el capítulo de la gestión de las emergencias, o ese particularmente. Gabriela Bravo, fiscal de carrera y, por encima de eso, persona preparada, técnica e intelectualmente, gestionó un departamento en el que puso no sólo todas las horas de trabajo, sino también la sensibilidad y las precauciones que merecía un servicio público que se ocupa ni más ni menos que de garantizar la seguridad de las personas. La responsabilidad del desafortunado incidente del tren de Bejís obedece mucho más a la falta de información (han leido bien) por parte de otros organismos que a inacción del Centro de Emergencias. El día que alguien se atrevió a comparar el currículum y la capacidad humana y profesional de Bravo con la de Salomé Pradas, un rayo debió abrirse paso de donde fuera y socarrar al osado. Puig eligió a Bravo y acertó, igual que lo hizo con Arcadi España, con Mako Mira o con tantos otros. Puig dejó la presidencia de la Generalitat en el verano de 2023, después de una campaña electoral que 'le condujeron' de forma lastimosa, y lastrado por la salida de Mónica Oltra de Compromís, y por la causa judicial que afectaba a su hermano. En aquellos tiempos, no como ahora, un asunto judicial que afectara al entorno familiar suponía un lastre político de primera magnitud. Ahora Pedro Sánchez ha demostrado que ni el hermano, ni la mujer, ni el candidato en Extremadura, ni los hombres de confianza en el partido ahora en prisión, ni el machismo más insostenible ni la debilidad parlamentaria alteran sus ganas de «que pierda la derecha». Ese es el nivel. Puig pertenece, pese a haber abandonado el cargo hace dos años y medio, el recuerdo de otra manera de entender la política. Quizá por eso no puede representar el futuro del PSPV. Su forma de gestionar, de conducirse, su amabilidad, el sentido institucional -quizá se le vio en alguna ocasión en zapatillas, pero ahora mismo no lo recuerdo- elevaron la dignidad de la Presidencia. A Puig se le viene tentando desde algunos entornos, a la vista de la falta de empuje de la líder del PSPV, la ministra Diana Morant. Hay incluso quien se aventura a vaticinar que un eventual adelanto electoral y una eventual derrota de Sánchez (muchas eventualidades) despejarían el camino a un relevo al frente del socialismo valenciano. Y que a la vista del panorama político actual, Puig sería la mejor alternativa. Quizá no pueda representar el futuro, pero sí que sería la mejor solución.
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