Game over
Que Sánchez no coja ya la puerta y se marche a su casa sólo servirá para ampliar la mayoría que PP y Vox obtendrán en las próximas elecciones generales
Se acabó lo que se daba. Pedro Sánchez adelantará o no las elecciones generales. Dará igual. La legislatura ha concluido -ya lo hizo cuando saltaron ... los primeros escándalos de corrupción que salpicaban al entorno del presidente del Gobierno- y lo único que está en juego ahora es hasta donde llega la caída del PSOE y sus socios en las próximas elecciones generales. Porque lo ocurrido esta semana, la constatación de que la mancha de la corrupción está instalada en la cúpula del partido que gobierna, tiene un coste que trasciende al de esa formación política. Los Sumar, Podemos, Junts, PNV, Bildu, Compromís... el coro de palmeros que se ha dedicado a decir que sí a todo lo que viniera de Moncloa a cambio de obtener los oportunos beneficios -evidentes en el caso del independentismo catalán, invisibles para Compromís- tendrán que palparse la ropa antes de decidir si les interesa que la ola que se va a llevar a Sánchez también les arrasa a ellos. La figura, en realidad, tiene nombre: los 'siseros'. Los habrán visto en alguna ocasión. Son esos cargos intermedios que rodean al dirigente de un partido cuando éste realiza declaraciones ante los medios de comunicación, y que tienen por única labor la de asentir de forma reiterada todas y cada una de las afirmaciones del cargo en cuestión. Como los 'wobblers' o cabezones que se ven en los salpicaderos de algunos vehículos. Hay siseros en los partidos políticos, y hay partidos siseros, incapaces de tomar otra decisión que no sea la de dejarse llevar por la marea en cada momento. Que un secretario de Organización adulterara unas primarias, cobrara mordidas, se repartiera comisiones -y que la persona que lo puso en el cargo, Pedro Sánchez en este caso, ya lo haya condenado públicamente al admitir que el partido no debió confiar en él- resulta altamente incompatible con un mínimo de decencia. Dejarse engatusar por el Sánchez compungido y maquillado que el jueves compareció ante los medios de comunicación para pedir perdón y, acto seguido, decir que él sigue, resulta lo cómodo para ese conglomerado de partidos cuyo único interés pasa por obtener, ahora una financiación singular, ahora la ampliación de un aeropuerto, ahora un palacete en París.
Porque lo que se discute ya no es la cara de cemento armado del líder del PSOE. Lo que está en juego ahora son las reacciones, las respuestas a las certezas destapadas por la UCO. Sería interesante que la ministra Diana Morant, que el jueves se apresuró a cancelar la agenda que tenía el viernes en Valencia, mostrara públicamente su decepción con lo ocurrido y proclamara que el PSOE debe de pasar página. Y no lo hará porque su sillón en el consejo de ministros correría peligro. Convendría que la delegada del Gobierno Pilar Bernabé, tan convencida el jueves por la mañana de que Santos Cerdán podría demostrar su inocencia, asumiera ante los medios de comunicación que la cúpula del PSOE ha protagonizado desde hace años comportamientos que chocan frontalmente con la decencia. Tampoco cabe esperarlo. El socialismo valenciano hace tiempo que dimitió de cualquier pensamiento crítico, al menos en público, respecto a este tipo de comportamientos cuando afectan al líder supremo. Otra cosa es la preparación del día después. Y ahí ya se han empezado a mover las fichas. Porque Sánchez ya tiene fecha de caducidad. Y de la misma manera que quienes llegaron de su mano y por su voluntad van a quedar retratados si no marcan distancias, los que se vieron relegados o castigados por el líder del PSOE ven ahora llegado el momento de sacar la cabeza. Al tiempo. ¿Sánchez? Si necesita ayuda, que se la pida a otro.
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