
La universidad: ¿Torre de marfil o motor de crecimiento?
JOSÉ ANTONIO BELSO MARTÍNEZ, CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA DE APLICADA DE LA UNIVERSIDAD MIGUEL HERNÁNDEZ
Miércoles, 7 de mayo 2025, 00:02
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JOSÉ ANTONIO BELSO MARTÍNEZ, CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA DE APLICADA DE LA UNIVERSIDAD MIGUEL HERNÁNDEZ
Miércoles, 7 de mayo 2025, 00:02
Mi café matutino, ritual de cordura en tiempos revueltos, se ve estos días enturbiado por un ruido persistente, cuyo eco no sé si resuena con ... más fuerza en los titulares de prensa o en los pasillos del mundo académico. En un momento en que el sistema universitario español afronta una metamorfosis ineludible, el debate público parece encallado en una dicotomía simplista: lo público como único garante de excelencia y democratización del conocimiento, frente a lo privado como sospechoso por definición. Esta mirada reduccionista olvida que la realidad universitaria trasciende, de largo, las etiquetas de titularidad.
El proyecto de reforma del decreto aprobado en 2021 por el Ministerio de Universidades y el de actualización de la oferta académica universitaria del Consell, ofrecen una oportunidad innegable para repensar el rumbo del Sistema Universitario Público Valenciano (SUPV) y, en el fondo, el papel de la universidad en la sociedad. Más que proteger estructuras públicas ya existentes, se trata de preguntarnos si el modelo actual, construido sobre torres de marfil obsesionadas con rankings globales y publicaciones en Nature o Science, actúa como burbuja de ciencia básica o como verdadero estimulo de crecimiento territorial.
Los datos son elocuentes. Según el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas, las publicaciones en ciencia básica del SUPV se duplicaron en la última década, superando las 10.000. Sin embargo, los contratos de transferencia apenas cambiaron y las patentes se mantuvieron en unas 39 anuales, con un peso residual del 2,7% en sus ingresos presupuestarios. En paralelo, la creación de más de 160 spin-offs -según RedOTRI y la Agencia Valenciana de la Innovación- refleja un avance en la conexión universidad-empresa. Pero su impacto en la transformación del modelo económico sigue siendo limitado, frenado por la escasa captación de inversión y la falta de proyección internacional.
En un contexto de cambio acelerado, esta excesiva apuesta por la ciencia fundamental empieza a contaminar la esfera formativa. La desconexión entre formación universitaria y oportunidades reales de empleo empuja a un 7% de los egresados y un 5,1% de los graduados valencianos a buscar futuro fuera de España. Madrid actúa como un potente imán, absorbiendo a un 12% de nuestros jóvenes más preparados. Mientras, la Comunitat Valenciana apenas atrae algo más de un millar de especialistas en el sector servicios, con un peso notable del turismo.
Esto plantea incómodos interrogantes: ¿la reconfiguración de titulaciones y la adaptación a nuevos perfiles de estudiantes responden realmente a una escucha activa de la sociedad civil? ¿Formamos ejércitos de jóvenes con títulos generalistas que desembocan en frustración laboral y desafección hacia su propio territorio? El innegable avance de las universidades privadas sugiere una dosis de capacidad de adaptación. Sus estudiantes de grado ya suponen el 21,8% del total, tras duplicarse en pocos años. En posgrado, su peso es aún mayor, alcanzando el 55,1% de los matriculados. Son hoy una opción real y creciente para nuestros jóvenes. Desde la universidad pública urge una reflexión sobre las causas de su pérdida de espacio. La solución quizás pase por garantizar los estándares de calidad de unos y empujar a mejorar desde dentro escuchando a los de fuera a los otros. Nunca por limitar la competencia sugieren algunos discursos.
La universidad pública valenciana será motor de progreso solo en la medida en que conecte aulas, laboratorios y su entorno. Un modelo que, tal vez, no proporcione puntos en los ansiados rankings internacionales, pero que sí deja una huella profunda en el tejido empresarial y en el equilibrio social del territorio. Las investigaciones más recientes corroboran la relación inversa entre las aspiraciones científicamente elitistas y la existencia de un entorno económico vibrante como acertadamente señala mi colega y referente Andrés Rodríguez-Pose.
Necesitamos universidades que vuelen alto en investigación y docencia, sin soltar amarras con su territorio. Que midan su éxito no solo en citas académicas, sino en startups creadas, reducción del desempleo juvenil, o fortalecimiento de sus comunidades. Como bien nos recuerda la nobel de economía Esther Duflo, las ideas solo valen si cambian vidas. Bajo esa premisa, las universidades han de dejar su huella no solo en revistas especializadas, sino especialmente en las comunidades que las rodean.
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