Esplendor geométrico

Generación automática de formas plásticas: un recorte de prensa avisa en la primera sala de la exposición que el IVAM dedica a Soledad Sevilla sobre ... la naturaleza del itinerario que sigue a continuación. En esta estancia vecina, el visitante puede preparar el viaje que le aguarda husmeando entre otras pistas que predisponen a descodificar las piezas que irán saliendo a su encuentro, de arrebatada hermosura. Una belleza menos fría de cuanto pudiera sugerir la idea de geometría asociada a la mayoría de sus criaturas, ordenadas según un criterio geográfico que alienta en efecto la idea de viaje. Una expedición desde la artista jovencita, que saluda desde alguna foto, hasta la que hoy continúa poseída por la misma fe en que las leyes de las ciencias organicen el caos que llamamos vida. Afuera, palpita esa Valencia embarullada en esta hora incierta de nuestra civilización; dentro anida la promesa de una cierta armonía. La paz y la gracia que transpira la línea recta, por donde se filtra la astuta imaginación de Sevilla, obsesionada en la última fase de su carrera en responder a la intrigante pregunta que preside el recorrido. ¿Sueña la artista con geometrías electrónicas? Una pregunta pertinente a la luz de los hallazgos que comparte en su ciudad natal con quienes profundizan en esta elegante secuencia de creaciones dominadas por el latido humano, al servicio de la tecnología. O tal vez opera al revés: el contraste entre el alborotado mundo que conspira contra la belleza exterior al IVAM y la sosegada mirada a sus lienzos de majestuoso tamaño, donde vierte experiencias de toda índole hasta convertirlas en una presencia familiar que cualquiera acaba haciendo suya mientras las observa y que encarna el atributo más valioso de la exposición. El esplendor geométrico que se acompaña de una conquista más sutil, igualmente valiosa: Sevilla aspira a pintar el aire, el vacío. No expide cuadros; teje texturas. Un deslumbrante tapiz como el jardín del Turia vecino. Otra obra de arte.