El flamante Princesa de Asturias de Comunicación, Byung-Chul Han, mantiene que estamos «ciegos ante las cosas silenciosas y discretas, incluso las habituales, las menudas ... y las comunes, que no nos estimulan pero nos anclan al ser». Siguiendo, con humildad, la estela del reputado filósofo, la sensación es que estamos ciegos porque hemos dejado de observar la realidad en toda su dimensión y matices. Cuando, adictos al ruido de los relatos interesados, vivimos mediatizados y despreciamos la esencia de las cosas. Cuando reducimos la figura de un Papa -anterior o futuro- a si es progresista o conservador, olvidando que es pura Iglesia; cuando cargamos la responsabilidad de una tragedia brutal como la dana a una única persona y nos cebamos con ella; cuando limitamos lo de Trump a un circo sin bucear en la letra pequeña de su despropósito; cuando reducimos a quien duerme en el viejo cauce a un número, sin asomarnos a la terrible historia de destrucción que hay tras él. Hemos dejado de escuchar, somos lo que nos dictan. De un sorbo y sin azucarillo.
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