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Lo vivido el lunes en España vuelve a enlazar con el tema del discurso de Álvaro Pombo con motivo de la recepción del ... premio Cervantes, que versaba sobre la fragilidad humana. Los controvertidos cinco segundos que dejaron a oscuras el país demostraron lo vulnerables que somos. Y es un hecho que puede dar pie a muchísimas metáforas, juegos de palabras y múltiples reflexiones. Porque, tras el colapso emocional del covid y tras la consternación de la dana, ese fundido a negro vertiginoso que vivimos es otra prueba de supervivencia. En lo material, pero también en lo mental. Porque, en esos tres episodios nos hemos sentido atrapados por la incertidumbre y las dudas, hemos notado el roce del miedo y hemos descubierto la importancia de tener personas e instituciones con los que confiar. Líderes, en todos los ámbitos, que aporten luz cuando llega la oscuridad. Y lugares, entidades y organismos, en los que refugiarse y creer cuando llega el apagón.
Los medios de comunicación, en esas tres crisis, hemos jugado ese papel. Y dentro de ellos, voces autorizadas, marcas como LAS PROVINCIAS y sus redactores, se han convertido en ese destello necesario que brilla cuando todo desvanece. Pero lejos de mirarnos al ombligo periodístico, que también está bien, la reflexión apunta a más allá. Debemos preguntarnos si nuestros gestores, nuestros referentes políticos, sociales y empresariales actuales, ofrecen esa lucidez y fortaleza que necesitamos y que nos puede cobijar cuando hace falta. O no. Y ya les puedo hacer espóiler y adelantarles el final de esta historia. Porque, en especial en ámbitos como el político, se hace difícil decir que sí. Que ofrecen certidumbre. Al contrario, todos esos episodios hacen difícil que esa confianza ciega con quienes gestionan las crisis pueda existir. La desafección que hemos ido viviendo en las últimas décadas de la ciudadanía respecto a esa élite de opinión y de decisión, ha hecho que esa creencia en ellos, que esa seguridad que buscamos en los momentos necesarios detrás de su palabra y sus actuaciones, esté, irremediablemente, en entredicho. Quebrada o rota.
Lo hemos vivido ahora con el Gobierno de Pedro Sánchez, que tardó seis horas en comparecer tras el apagón y aún no ha aclarado qué paso, cuando, en sólo cinco segundos, España quedó a oscuras.
Pero también ocurrió con el covid y las tramas de las mascarillas, que nos llenaron de dudas y hasta de indignación. Juegos de corrupción y actitudes inmorales cuando la gente moría. O con la propia dana, donde la gestión estuvo plagada de incompetencia, dudas, fallos letales, vacíos... que nos sigue alejando de esa clase política que, desde el minuto uno, decidió actuar desde el fango y pensar más en sus interes electorales que en las víctimas.
De hecho, cuatro días después de la horrible riada, vimos cómo esa falta de confianza ya estallaba por parte de los afectados y de todos los valencianos durante la visita de los Reyes a Paiporta. Sánchez salió corriendo y, seis meses después, no ha regresado a la Comunitat para estar junto a las víctimas. Ni siquiera, para el funeral. Lo llamativo es que allí, ese domingo, vimos claro cómo el rey Felipe y la reina Letizia comenzaban a construir esa aura de luz de la que hablamos y que han sabido trabajar. Lo hicieron cuando, asumiendo el dolor que vivía el pueblo valenciano, lograron, aunque fuera mínimamente, que su abrazo directo reconfortara a los afectados. Asumiendo riesgos. Asumiendo las palabras gruesas que les espetaron y los lanzamientos de barro que les llegaron. Algo que ningún líder político, curiosamente, ha conseguido. De ningún partido. Porque, al contrario, han sembrado descrédito. O lo que es lo mismo, no han traído la luz necesaria cuando hacía falta. Llegaron tarde y brillaron mal.
Tener luz es sinónimo de saber ostentar un liderazgo. Y hay personas que lo saben hacer. Pero quizá no porque lo busquen, sino porque en su actitud y su trabajo diario, en su cercanía natural, en el esfuerzo personal y su generosidad innata, logran convertirse en un referente. De la gestión, del pensamiento, de las artes, del deporte, de ética, de los negocios o la empresa... De la vida. En la Comunitat, tenemos nombres propios que son ejemplos claros. De ayer y también de hoy. Sin ir más lejos y siguiendo la metáfora, la luz de la obra de Joaquín Sorolla nos sigue fascinando todavía. Al límite que vivimos con algarabía la posibilidad de que sus obras de la Hispanic Society puedan recalar en esta tierra. Pero pasa igual cuando hablamos de un poeta como Francisco Brines, que es un orgullo para nosotros por ser nuestro Cervantes; pero que lo es, sobre todo, por el legado sensible y emocional que nos dejó y se hace imborrable. Brines firmó, precisamente, una antología titulada 'Yo descanso en la luz'. Lo es, ahora que estamos en el final del la Fira del llibre, como muchos otros escritores valencianos: de Maria Beneyto a Paco Cerdà; de Laura Gallego a Manolo Vicent; de Isabel de Villena a Ausiàs March... La lucidez artística y del mensaje que transmite Paco Roca, que a veces dibuja Arrugas, a veces caricias; la belleza cocinada y el territorio emplatado de Quique Dacosta, Ricard Camarena o Begoña Rodrigo, que además dieron toda una lección solidaria durante la dana. La mirada científica y portadora de esperanza de personas como Anna Luch o Avelino Corma. O el discurso clarividente de Adela Cortina, de quien siempre aprendemos cuando libera sus pensamientos. Esos que son velas en la oscuridad de un mundo empobrecido en lo moral y ausente de humanidad. «El peor castigo que puede infligirse es la condena a la invisibilidad, a ignorar la existencia del otro, el rechazo y el desprecio. Es el reconocimiento recíproco el que nos constituye básicamente como seres humanos». Hay empresarios valencianos que aportan luz. Y deportistas. Y académicos, religiosos, agitadores sociales... Nombres propios, algunos anclados en el anonimato, que llenan de luces la vida. Esa que parece deambular en estos tiempos en el sendero de la distopía, pero que podemos afrontar con garantías si, a ese kit de supervivencia del que tanto se habla ahora, le añadimos una buena dosis de humanidad, empatía y solidaridad. Un kit repleto de coherencia que nos sirva para llenar gobiernos, instituciones, entidades cívicas y sociedad en general de gente que aporte lucidez. Talento, esperanza, certidumbre... De lo contrario, a un abismo se le asomará otro. Y a un apagón, otro más. Y con ellos, morirá el optimismo.
Es domingo, 4 de mayo. En la política, encontrar luz es complejo. Aunque no debe ser imposible. El problema es cuando, a la inversa, algunos aportan más oscuridad que destellos. De un sorbo y sin azucarillo.
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