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Ilustración: Iván Mata

El alivio de una dimisión insuficiente

La marcha de Carlos Mazón abre nueva etapa en la política valenciana, pero no cierra las secuelas de la dana

Jesús Trelis

Valencia

Miércoles, 5 de noviembre 2025, 00:12

Decía Paul Valéry que cuando llegamos a la meta «creemos que el camino fue el correcto». Posiblemente, cuando Carlos Mazón abandonó el lunes ... su carrera política, con la renuncia a la jefatura de la Generalitat, lo hizo pensando que, asumiendo errores, lo recorrido era lo correcto. Y así lo expresó. Aunque en realidad, el mero hecho de que tuviera que tirar la toalla es la evidencia de lo contrario. Que la travesía ha estado plagada, desde que la tragedia de la dana lo convulsionó todo, de malas decisiones. Y que han sido ellas, las que le han empujado a adelantar su meta. Esa tras la cual sólo encontrará, al margen de la soledad que espera a quien lo tuvo al alcance casi todo, una estremecedora sensación de alivio. Alivio, no exento de preocupación porque el proceso abierto tras la riada no se ha cerrado y quedan muchas otras fases que superar. Mucho ruido por escuchar. Muchas heridas por cerrar.

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Su marcha, que era necesaria por múltiples motivos, supone que ese oxígeno que él va a encontrar tras los días de asfixia -«no aguanto más», confesó- va a ser generalizado. En muchos ámbitos y niveles. De hecho, las primeras que lo van a sentir, de forma muy especial, van a ser las víctimas. Esas a las que, de manera indeleble, Alberto Núñez Feijóo quiso unir a la decisión de la renuncia cuando dijo que ellas siempre están y estarán «como primer objetivo de este partido». «Nunca las utilizaremos; jamás», sentenció.

Los familiares de las víctimas y los afectados han sido quienes, desde los primeros días, comenzaron a apuntar a Mazón como el principal culpable de lo sucedido. Ellas y aquellos que quisieron instrumentalizar ese dolor y azuzar su lógica indignación. Algo que el propio jefe del Consell acrecentó con un claro distanciamiento y con una evidente -y a momentos inexplicable, por doliente- falta de claridad a la hora de aclarar su actuación. Una situación extremadamente delicada que se fue acentuando con una oposición descarnada, que vio en ese cúmulo de debilidades y despropósitos una oportunidad para tumbarle. Un deterioro que llegó al cénit en el funeral de Estado, cuando la indignación hacia él se convirtió en la verdadera protagonista de una ceremonia dura y tensa. El empujón definitivo.

Esa indignación, que en los inicios de la tragedia apuntaba de manera compartida hacia Consell y Gobierno central, se acabó canalizando con los meses sobre la persona de Mazón, al límite que se hizo insoportable. Hasta el extremo de que, con su renuncia, iba a aliviar, además de a las víctimas, a parte de la ciudadanía. Primero, por el hartazgo que supone para los valencianos estar constantemente en el foco mediático por malas decisiones o actitudes políticas. Pero, por encima de ello, porque, esa misma sensación de que Mazón fue el principal responsable de lo ocurrido, ha ido calando en toda la sociedad. Tanto que no ha habido sondeo en los últimos meses que no reflejara el rechazo a su persona. Incluso entre una mayoría de los votantes del Partido Popular que, según la encuesta de GAD3 para este periódico, llegaron a apostar porque dimitiera o adelantara elecciones.

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Precisamente, ha sido el propio PP el que también ha sentido alivio con su despedida. En especial, en algunas autonomías gobernadas por los populares. Esos que cuestionaban la falta de firmeza y autoridad que Feijóo ha tenido para afrontar la crisis valenciana. Incluso en el seno del PPCV, donde la etapa de Mazón ha pasado como un tsunami que vino, precisamente, de la mano de Génova con Pablo Casado y en detrimento de Isabel Bonig. Una montaña rusa, con un inicio en el que todo soplaba a favor del líder alicantino, pero que ha terminado con un descenso trepidante que deja tras de sí, al descubierto, un sinfín de heridas internas. Como siempre entre ellos, juegos de poder puro y duro que permanecen latentes con los años.

Y por último, y no menos importante como ya apunté al principio, su dimisión ha sido y será también un alivio para el propio Mazón. Y, de forma intensa, para los suyos. Pero para los de verdad. Los íntimos. Su familia y sus amigos. Un alivio que él mismo se ha dado casi sin ser consciente y que, con la perspectiva del tiempo, valorará. Porque, aunque cierta ceguera o asunción de responsabilidad no le dejará ver más allá, la situación estaba condenada a ser inviable.

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Su decisión de dejar el cargo -tan insólita en nuestro país- da sentido a la esencia de la Democracia. Esa en la que los políticos, como servidores públicos, están en sus puestos no por sus intereses, beneficio o ambiciones personales; sino por esa vocación implícita que debe tener un cargo público de trabajar por la ciudadanía. Y hacerlo sin esperar nada más que el reconocimiento y el cariño de quienes son sus vecinos. Lo contrario es fallido.

Por ese mismo argumento, el adiós de Mazón es un alivio pero es insuficiente. Lo es porque las víctimas merecen que, más allá del jefe del Consell, se depuren, con visión de 360 grados, todas las responsabilidades. Que, en efecto, las hay: por lo que no se había hecho antes de la dana (las obras antirriada, por ejemplo); por la información y gestión de los datos de ese día, y por la falta de colaboración entre administraciones por cuestiones tacticistas (que terminó agravando las consecuencias de las lluvias). Su dimisión es, en efecto, oxígeno. Pero alguien más debería reconocer errores. Por mera dignidad. De un sorbo y sin azucarillo.

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