FAHRENHEIT 451
El pensamiento crítico y la lectura continúan siendo esenciales para preservar los valores humanos, resistiendo frente a la manipulación y el control del conocimiento imperantes
JAVIER DOMÍNGUEZ RODRIGO, ARQUITECTO
Viernes, 16 de mayo 2025, 23:52
En 1953 el escritor estadounidense Ray Bradbury publica una de sus mejores obras, 'Fahrenheit 451', una novela distópica en la que muestra a la sociedad ... americana del futuro. En ella los libros están prohibidos y los bomberos, como censores del gobierno, tienen la misión de quemar cualquier texto que encuentren.
El título, la temperatura a la que el papel arde, evoca las reiteradas quemas de libros para reprimir la discrepancia, que se han producido a lo largo de la historia. Su adaptación cinematográfica dirigida en 1966 por François Truffaut, uno de los principales representantes de la 'nouvelle vague' francesa, dispara su divulgación.
Ese mismo año el cantante y activista británico John Lennon declararía que los Beatles eran más populares que Jesucristo, provocando una oleada de protestas y la cremación de sus discos de vinilo en las iglesias rurales americanas, viéndose obligado a disculparse públicamente.
La era digital evidencia la fragilidad del individuo para por sí solo, hacer frente a los avances tecnológicos
Bradbury escribe como respuesta a la caza de brujas y las listas negras patrióticas propiciadas en Estados Unidos durante los años cincuenta por el senador republicano Joseph McCarthy, para perseguir a sus oponentes políticos en nombre de la seguridad nacional y de la amenaza de un holocausto nuclear.
La destrucción de manuscritos, códices y bibliotecas -Córdoba, Bagdad, Sarajevo...-, fruto de la censura, el fanatismo ideológico y los conflictos bélicos, está ampliamente documentada. Una de las más conocidas es la quema de libros (1933) promovida por el régimen nazi y presidida por su ministro de Propaganda Joseph Goebbels en la plaza berlinesa de Bebelplatz frente a la universidad de Humboldt.
El emperador Constantino, que pone fin -Edicto de Milán- a las persecuciones a los cristianos, se sirve del Primer Concilio de Nicea para declarar hereje al obispo Arrio, ordenando quemar todos sus escritos bajo pena de muerte.
A raíz del Concilio de Trento se promulga el Índice de libros prohibidos e incompatibles con la fe, propósito que vela con devoción el Santo Oficio durante siglos. Filósofos como Erasmo, Descartes, Montesquieu o Kant, científicos como Galileo, Copérnico o Kepler y personalidades notables como Sartre, Schopenhauer o Nietzsche ilustran la extensa nómina de autores señalados por la Inquisición.
Umberto Eco describe el agitado clima religioso del medievo en su novela 'El nombre de la rosa', ambientada en una abadía benedictina del Piamonte. El incendio de su monumental biblioteca y con ella de 'La Poética' de Aristóteles allí depositada, sirve para transmitir un mensaje sobre la tolerancia y el respeto a las ideas ajenas.
Aunque las obras literarias y artísticas, con múltiples y fantásticas referencias como la de Eco, posibilitan varios niveles de comprensión desde el profano hasta el especialista o el erudito, esencialmente constituyen un antídoto contra la ignorancia, la pérdida del saber y la degradación cultural de Occidente.
A pesar de la sombría visión de Bradbury, su narrativa transmite un mensaje de esperanza. Procedente de un humilde entorno agrícola y con una formación autodidacta peregrinando desde niño por las bibliotecas públicas locales, el autor confía por propia experiencia en el inmenso poder de la lectura.
En 'Fahrenheit 451' idea la figura del guardián de la memoria escrita, del archivero del pasado, del coleccionista de melodías y recuerdos, que encarnan los «hombres-libro», como fuerza de resistencia frente a la tiranía y garantes de la transmisión oral del conocimiento y de la cultura.
El dilema moral inherente de la obra resulta profético en este mundo llamado de la posverdad, pero que en realidad como señala Nicolás Sartorius -'La manipulación del lenguaje'- no es más que «un universo de la mentira» y del engaño.
La era digital evidencia la fragilidad del individuo para por sí solo, hacer frente a los avances tecnológicos que facilitan un grado de manipulación, vigilancia pasiva, banalización de las relaciones personales y control social que hace añicos la esfera privada convirtiendo la privacidad en un auténtico lujo para unos pocos.
En este adverso contexto proclive a la censura colectiva, el autismo social y el mimetismo mediático, el imparable progreso científico permite asentar sofisticadas fórmulas de adulteración de la información. Así se subyugan sicológicamente las mentes de los ciudadanos, tal y como predijera Bradbury, domesticando sus vidas, anestesiando sus conciencias y condicionando su forma de pensar.
Como anticipa Bradbury, el sistema lleva décadas replicando la inmadurez y escasa capacidad crítica para crear «adultos-niños» manipulables. El entretenimiento sustituye al esfuerzo y la homogenización de los patrones de conducta se logra merced al enorme poder de las imágenes -televisiones, blogs, podcasts, instagram, facebook...- en las estrategias de comunicación de los 'mass media'.
Prueba de ello es que la política española se ha transformado en una ideología emocional -'wokeism'- que distorsiona sin rubor la realidad histórica (guerra civil, corona catalanoaragonesa...), económica (aranceles de la era Trump...), estratégica (conflicto de Ucrania, rearme...) facilitando la devastación institucional y el declive democrático.
Los valencianos han sido testigos primero con el Covid y luego con la dana, de cómo para los actuales portavoces de la voluntad popular, a pesar de las víctimas inocentes, no importan ni la realidad ni los hechos. Lo importante es la construcción del relato, el rol de los actores y sus mantras propagandísticos.
Que el futuro no sea el descrito por el ensayista americano exige reformas profundas en numerosos ámbitos, pero fundamentalmente en la educación y el relevo generacional. Porque para destruir una civilización, ya no es imprescindible quemar sus libros (como se hizo en Yucatán con los códices mayas), basta con que se dejen de leer.
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