Santos de la puerta de al lado
San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, dedicó su vida a transmitir el mensaje de que es posible encontrar a Dios en las actividades cotidianas
JAIME ABASCAL MARTINEZVICARIO DEL OPUS DEI EN LEVANTE Y ARAGÓN
Miércoles, 25 de junio 2025, 23:42
Incluso entre quienes creen en Dios, los hay que piensan que es un Ser lejano, ajeno a la suerte del mundo y que se encuentra ... en algún lugar desconocido, más allá de las estrellas. Otros, en cambio, piensan que Dios está únicamente encerrado en las iglesias, y que sólo allí se puede hablar con Él; creen que las actividades que uno desarrolla durante el resto del día -cuando no está en la iglesia- le resultan extrañas. Pues bien, estos días celebramos el 50 aniversario de la muerte de un santo -San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, a quien Dios llamó a su presencia el 26 de junio de 1975-, que dedicó su vida a transmitir un mensaje bien distinto: que es posible encontrar a Dios en las actividades cotidianas de la vida corriente, es decir, en el trabajo profesional, en la dedicación a la familia, en las relaciones sociales o incluso en el ocio y el deporte; que todas nuestras cosas le interesan a Dios, y que en esas cosas es donde está Él, sobre todo si procuramos hacerlas bien, con amor, dedicándoselas y teniéndole presente.
De esta forma, San Josemaría ha hecho asequible a cualquier persona el ideal de ser un buen cristiano, o, por decirlo con un término teológico más preciso, el ideal de la santidad. Santidad a la que -como proclamara el Concilio Vaticano II, del que San Josemaría ha sido unánimemente reconocido como uno de sus más importantes precursores- todos los cristianos hemos sido llamados. Por ello, haciéndose eco del mensaje del Concilio, el Papa Francisco destacaba la importancia de la «santidad de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y que procuran «sacar a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él» (Gaudete et exultate, n. 11).
Ahora bien, que la santidad y el encuentro con Dios estén al alcance de todos no significa que sean fáciles. Exige mucho esfuerzo personal: trabajar con honradez y competencia, cumplir con cariño los deberes familiares, aprovechar los talentos que hemos recibido y estar atentos a todas las oportunidades que la vida nos brinda para querer y servir a los demás. Y, sobre todo, supone abrir las puertas de nuestro corazón de par en par para que Dios pueda actuar en nosotros.
Todo esto se concreta en gestos pequeños, pero llenos de sentido: escuchar con atención a un familiar mayor que repite siempre las mismas historias, preparar con esmero una clase o un informe en el trabajo, cuidar los detalles de orden y limpieza en casa sin que nadie los note, poner empeño y cariño en los actos repetitivos que exige un determinado trabajo. Son cosas normales, pero llenas de amor.
Hoy se habla mucho de empatía, de la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Pienso que no hay manifestación mayor del amor. Un cristiano que desee ser santo ha de esforzarse por ponerse en el lugar de todos aquellos que se encuentran a su alrededor y en todas las circunstancias.
Esto implica, por supuesto, preocuparse especialmente por las necesidades de las personas más vulnerables. Como escribió San Josemaría, «no es lícito encerrarse en una religiosidad cómoda, olvidando las necesidades de los otros. El que desea ser justo a los ojos de Dios se esfuerza también en que la justicia se realice de hecho entre los hombres». Por ello, son numerosas las iniciativas que, siguiendo la inspiración de San Josemaría, han puesto en marcha en todo el mundo personas del Opus Dei o que participan en sus apostolados para combatir la exclusión social. En nuestra propia ciudad podemos citar Xabec, un Centro de referencia en el ámbito de la formación profesional que ha brindado una segunda oportunidad a muchas personas en riesgo de exclusión; o Altaviana, escuela de formación profesional que ha ayudado ya a tantas personas en su inserción laboral.
Son algunos de los aspectos básicos del mensaje de San Josemaría, que reviste una actualidad perenne. San Josemaría se esforzó por normalizar la santidad, por hacernos ver que todos podemos ser amigos de Dios, a partir de las circunstancias de la vida corriente. Para él, santidad es sinónimo de amor: amor a Dios y amor a los demás.
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