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ENTRE EL ORGULLO Y EL DOLOR

En el mismo mes de octubre, celebramos nuestro autogobierno y sufrimos las consecuencias de un sistema institucional en proceso de degradación, que lleva a la pérdida de confianza de los ciudadanos en la clase política y las instituciones.

ISABEL BONIG

Sábado, 18 de octubre 2025, 23:48

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Este artículo se publica diez días después de la celebración del 9 d'Octubre, día grande de los valencianos; y diez días antes del primer aniversario de la trágica dana que costó la vida a 229 personas. Dos fechas que están grabadas ya en los anales de la historia de esta tierra, tan diversa, tan diferente, tan alargada, que a veces cuesta entender pero que siempre sorprende a propios y extraños.

Estos días, en los diferentes medios de comunicación hemos podido leer como se ha apelado continuamente al valor de la unidad, a la fortaleza y dignidad del pueblo valenciano, a la defensa y fortalecimiento de nuestro autogobierno y a nuestras señas de identidad. Y créanme si les digo que, siendo necesarias tales apelaciones en el día grande de los valencianos, tengo la sensación que la Comunitat Valenciana se diluye en el rompecabezas del tablero político de una España cada vez más dividida y polarizada, donde se invierte más tiempo y esfuerzos en levantar muros que en tender puentes -incluso ante hechos tan graves como los del pasado 29 de octubre-; donde se jalean y alientan los ataques 'ad hominem'; y la confrontación de ideas retrocede en favor de relatos creados sobre el desprecio a la verdad y a los hechos objetivos.

Cuando el discurso político se construye sobre los sentimientos, despreciando la verdad, es imposible construir un espacio público sano y democrático. Todo lo contrario, el espacio y la conversación pública se convierten en un tribunal sentenciador implacable que emite su veredicto en base a la afinidad o pertenencia a un colectivo, organización o grupo, y no en base a hechos objetivos y probados, destruyendo así la verdad; porque se llama verdad a lo que simplemente son opiniones, preferencias, bulos o medias verdades, que son las más peligrosas. Como decía el Papa Benedicto XVI: «Si no existe la verdad, todo se hunde» y «la humildad abre el camino a la verdad más grande».

Nada más gratificante y poderoso para construir alianzas sólidas que buscar lo que nos une

La celebración de este 9 d'Octubre ha venido marcada por el recuerdo de la tragedia de la dana; imposible de olvidar. Pero también, por un cierto halo de resignación que se extiende por la tierra valenciana, al comprobar que nuestras reivindicaciones históricas y justas son ignoradas una y otra vez por los distintos gobiernos, y nuestros elementos identitarios vuelven a utilizarse como arma arrojadiza en la contienda política. Nos lastra una infrafinanciación que compromete no sólo nuestra autonomía política, sino también nuestro futuro y nuestro bienestar. Sin autonomía financiera no hay autonomía política.

En nuestro día grande, los valencianos no sólo celebramos la conquista y entrada del rey Jaume I en Valencia, sino también el nacimiento del pueblo valenciano. Un reconocimiento que alcanzó su máxima expresión con la aprobación en 1982 de nuestro Estatuto de Autonomía, donde la Comunitat Valenciana, haciendo uso del derecho a la autonomía reconocido en la Constitución Española de 1978, recuperó su autogobierno, sus instituciones, su lengua y sus señas de identidad.

Casualidades o caprichos de la historia, también el mes de octubre, concretamente el 29 de octubre, pero de 2024, una terrible dana segó la vida de 229 valencianos y causó incalculables daños materiales en una de las mayores catástrofes naturales que ha vivido nuestro país. Un trágico acontecimiento que hizo aflorar los más nobles sentimientos de ayuda y solidaridad en la ciudadanía, pero también evidenció las deficiencias del Estado Autonómico y la falta de colaboración y coordinación entre las diferentes Administraciones Públicas que todavía andan enredadas en reproches de inacción e ineficacia.

En el mismo mes de octubre, los valencianos celebramos nuestro autogobierno y sufrimos las consecuencias de un sistema institucional en evidente proceso de degradación, que lleva a la pérdida de confianza de los ciudadanos en la clase política y en las instituciones, cada vez más colonizadas por los partidos. Esta circunstancia no es nueva, ni afecta sólo a la tierra valenciana, desafortunadamente lleva tiempo carcomiendo la arquitectura institucional de nuestro país.

En términos políticos, ha sido muy rentable el sentimiento humano de sentirse agraviado imputando a terceros todos nuestros males, porque no hay nada más fácil y sencillo que señalar lo que nos diferencia de otras personas o de otros territorios; pero no hay nada más gratificante y poderoso para construir alianzas sólidas que buscar lo que nos une. Y esto es precisamente lo que nadie está haciendo, ni en nuestro país ni en nuestra tierra. No sólo se han perdido los objetivos nacionales compartidos desde la Constitución Española de 1978, sino también los objetivos autonómicos del Estatut de Autonomía de 1982.

Pero presiento que esta crisis es mucho más profunda. Vivimos un cambio de época acelerado por los cambios tecnológicos, que tienen un fuerte impacto en la sociedad y en el ser humano. Un cambio que está demostrando el inmenso poder que la tecnología, las redes sociales, internet y las nuevas plataformas tienen para el ciudadano y la sociedad, para organizar movimientos instantáneos sin líderes, para saltarse las reglas establecidas, para informarse al margen de los canales tradicionales de información y para manifestar la disconformidad con un sistema y unas élites dirigentes que cada día parecen estar más alejadas de los problemas reales. Y algunos todavía no se han enterado.

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