No es Alzheimer, es anosognosia
Olvidar un nombre o no encontrar las gafas es propio de la edad
La teoría del profesor Bruno Dubois ha colmado de optimismo mi ánimo, y no es que lo tuviera vacío, al desvelarme la esencia de la « ... anosognosia», ¡vaya palabrita! ¿Qué es la anosognosia? Es un olvido temporal y, lo más tranquilizador, no tiene nada que ver con el drama del Alzheimer ni siquiera con sus brotes iniciales. «Si alguien es consciente de sus problemas de memoria, no tiene Alzheimer».
El profesor francés no es un cualquiera, es director del Instituto de Memoria y Enfermedad de Alzheimer (IMMA), en el Hospital de La Pitié-Salpêtrière, en París. Un olvido de nombres de la familia, no recuerdo dónde dejé algunas cosas. Eso es la anosognosia u olvido temporal. Después de los 60 años, la mayoría de las personas experimenta tales dificultades, lo que indica que no se trata de una enfermedad, sino de una característica del paso de los años.
A partir de ahí, enumera los casos más comunes: olvidar el nombre de una persona; ir a una habitación y no recordar por qué íbamos allí; una memoria en blanco para el título de una película o un actor/actriz; perder tiempo buscando dónde dejamos nuestras gafas o llaves.
El profesor precisa aún más para quitarnos preocupaciones a quienes superamos esa década prodigiosa, especialmente a un par de amigos queridos tan alterados por ese olvido temporal y el temor a la terrible afección «Quienes son conscientes de ser olvidadizos, no tienen un problema serio de memoria. Quienes sufren de una enfermedad de memoria o Alzheimer no son conscientes de lo que está ocurriendo. Cuanto más nos quejamos de la pérdida de memoria, menos probable es que suframos de una enfermedad de memoria».
No obstante, esa frontera tranquilizadora entre el olvido benigno y el Alzheimer no debe hacernos olvidar la devastación real que supone esta enfermedad para quienes la padecen y su entorno. El Alzheimer no es solo pérdida de memoria: es una descomposición lenta de la identidad, una fractura emocional que arrasa vínculos, recuerdos y rutinas. Duele más allá de lo clínico. Duele la desorientación, el miedo, el agotamiento de los cuidadores, la soledad del enfermo.
En España, la sanidad pública -tan digna y valiosa en tantos frentes- arrastra una preocupante desatención hacia las enfermedades neurodegenerativas. Hay listas de espera interminables, escasez de personal especializado y una falta alarmante de recursos en centros de día y apoyo domiciliario. La familia, casi siempre, asume el peso completo del cuidado, sin preparación ni respaldo. Es urgente que las instituciones huyan de discursos vacíos y destinen presupuesto a una atención digna y humana. Porque el Alzheimer no espera, ni perdona. Así es la vida.
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