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Nada que perder

Héctor Esteban

Valencia

Viernes, 13 de junio 2025, 00:04

Días después de la victoria de Carlos Alcaraz en Roland Garros ante Jannik Sinner en el partido del siglo -para mí supera a la final ... de Wimbledon 2008 entre Nadal y Federer- debatí con una amiga sobre cuál era la clave del triunfo del murciano. Mi interlocutora me habló del espíritu de superación, de la lucha, de la garra y la remontada. Argumentos que puedo comprar pero que no me terminan de convencer sin dejar de ser verdad. Para mí la clave, y así se lo hice ver con escaso éxito, es que ganó el que menos tenía que perder. El aliento de la derrota hizo ganar a Alcaraz, de la misma manera que el italiano pudo vencer cuando lo tenía ya todo perdido. Sinner fue robótico, disciplinado y letal en los dos primeros sets. Ni una mueca que se saliera del plan previsto. El triunfo estaba encarrilado ante un Alcaraz ausente y errático. El murciano, con la soga ya en el cuello, se liberó para ganar un tercer set que le hizo cree que al menos era posible. Vencer le hizo volver a las andadas, dudar y engrandecer a Sinner, que de nuevo se convirtió en 'el dragón', una especie de máquina maldita que inventó el padre de Agassi para machacar al niño André, como tan bien relata J. R. Moehringer en 'Open', la biografía autorizada sobre el tenista de Las Vegas. Sinner, un italiano con pinta de austriaco, se colocó con 5-3 en el cuarto set y tres bolas de partido. Las cámaras ya enfocaban al equipo y familia del número uno, con especial interés por la 'mamma' Siglinde Sinner, que tiene un restaurante junto al patriarca -ausente en la final por trabajo- y que fue el espejo de todas las madres sufridoras. Alcaraz jugó a tumba abierta, sin reservas, más que arriesgar lo que hizo fue no guardar, y remontó el juego, el set e igualó el partido porque desde la derrota encontró una puerta abierta hacia la victoria. Sinner entró en barrera. El robot se convirtió en humano. Los pasos ya no fueron firmes y se agarró a cualquier clavo ardiendo que vio a su paso. Y con un 5-3 en contra en el quinto set, el número uno se dio cuenta de que tampoco tenía nada que perder, que lo que era una clara victoria estaba a punto de mutar en derrota, que la 'mamma' ya no estaba en la grada abrumada por el sufrimiento y que de perdidos a un río que le llevó a la remontada y a empatar el set a seis para jugarse la vida y la muerte en un 'súper tie-break' a diez puntos. Y ahí Sinner volvió a instalarse en la victoria, en la posibilidad de ganar, en la necesidad de guardar y no arriesgar a la espera del fallo de Alcaraz. El murciano, que estuvo otra vez casi muerto, resucitó de nuevo porque fue el que mejor entendió que en ese pulso súbito ninguno de los dos tenían nada que perder y por eso jugó con la calentura del corazón frente a la frialdad de la cabeza del italiano. Se puede hablar de remontadas, de superación y de fortaleza pero no hay duda de que cuando alguien no tiene nada que perder tiene más de medio camino ganado.

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