El viejo templario
FRANCISCO CERVERAARQUITECTO
Miércoles, 5 de noviembre 2025, 00:12
(In memoriam de Francisco Esquembre Casañ)
Era un frío amanecer del mes de noviembre del año del señor de 1315. Por la cuesta de ... la umbría, subía, cansado, enfermo y solo, el viejo templario. Habían transcurrido casi tres largos años desde su precipitada huida de la encomienda de Sainte-Eulalie de Cernon.
En el duermevela de la madrugada del viernes 13 de octubre de 1307, el viejo templario se encontraba fuera de los que, se creía seguros muros, de su encomienda. Guillermo de Nogaret, el oscuro canciller del reino del rey Felipe IV «el Hermoso», había diseñado una perfecta operación de coordinación que permitió en unas pocas horas, detener a todos los templarios que estaban en Francia.
Sentíase mal, el curtido luchador. Hubiera querido pedir perdón a sus hermanos por el abandono que en los últimos años tuvo para con la Orden. Siempre encontraba una excusa, una circunstancia para el abandono y el olvido. La Orden había perdido sus valores fundacionales. Tonterías. El abrazo que no dio a sus hermanos le está persiguiendo, los pocos años de vida que le quedan.
Amanece. El intenso olor a romero mojado, el rojizo color que le envuelve, el silencio de los pájaros, todo ello le trae el recuerdo de la vieja fortaleza de Castielfabib que dejó atrás hace más de cuarenta años. Al derrotado soldado, también monje, todas estas sensaciones le empujan a conseguir su meta. Posarse a los pies de María y pedir perdón a nuestra Señora de los Ángeles.
El castillo, tras la disolución de la Orden del Temple en 1312 por el papa Clemente V, fue confiscado por las autoridades locales y con posterioridad cedido a la Orden del Hospital. Su abuelo le había contado una historia o quizás una leyenda. Le relató cómo, cuando era un niño, en un caluroso día de finales de agosto de 1212, el rey Pedro II, en medio de coloridos actos, celebró Cortes Generales en el patio de armas.
De la hierba huía el agua del rocío nocturno. El solitario, cansado y enfermo templario levantó su mirada. Observó que, en la parte alta del torreón de entrada se apreciaba la presencia de varios hombres, con una actividad inusual. Aprovechando el desnivel del terreno, en la cuarta planta de la torre, se estaba construyendo una iglesia.
¡A dónde va, anciano! El repentino grito sustrajo de su ensoñación al viejo templario.
¿Y vosotros quiénes sois?, les espetó, malhumorado.
Somos hermanos hospitalarios de la Castellanía de Amposta.
Desde hace demasiado tiempo, languidece la iglesia-fortaleza de Nuestra Señora de los Ángeles, en Castielfabib. Este ejemplo, único, del denominado por el arquitecto y viejo amigo Arturo Zaragoza, como «gótico desconocido», no recibe ayudas de las administraciones para completar su restauración. Esta joya del patrimonio de todos, es una completa desconocida por los valencianos. A lo que podemos añadir que quizás recorras casi 150 kilómetros y te vuelvas a casa sin poder ver su interior.
Hace años, yo tuve un sueño. Soñé que un día de agosto de 2012 se celebraba una sesión conjunta de las cortes de Aragón y de la Comunidad Valenciana. Por un momento, los desconocidos y abandonados pobladores del Rincón de Ademuz, soñaron con las posibilidades que la celebración del Octavo Centenario de su conquista por Pedro II, les ofrecía.
El enfermo, solitario y cansado templario, había llegado por fin a su destino. A la entrada de la fortaleza, antes de comenzar el ascenso por el túnel, popularmente conocido por «el carrerón», bajó del caballo. Sintió el dolor en sus huesos. Con dificultad, ascendió hasta la entrada. Empujó el pesado portón,
Ante sus sorprendidos ojos se abría una impresionante sala, cubierta con un alfarje de madera de austera policromía, sustentado por sencillos arcos ojivales de recios sillares. A la derecha, una capilla, con un fresco con la imagen de un San Pedro, de cabello rizado, bajo cuya imagen, una red con peces atrapados que junto a la palabra «despeixar» en letra gótica, nos recordaba su condición de pescador.
El muro testero del altar estaba cubierto por una serie de escenas que relataban la vida de Jesús, destacando, en su lado izquierdo, un cuadro que narra la entrada de Cristo en Jerusalén. Sobrecoge el bello rostro del Salvador, montado en un pollino. Tras recorrer tan inolvidable representación, fijó su mirada en el centro del altar. Ahí estaba la imagen de María, nuestra Señora de los Ángeles.
Dicen los que presenciaron la escena que las últimas palabras del viejo templario, fueron: ¡Ya estoy aquí... Gracias señor... ya llegué!
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