SHOW BUSINESS
El propio emperador olvidará lo que dijo. Volverá a improvisar. Volverá a cambiar. Volverá a despistar. Este es un orden nuevo. Una mezcla de ley de la selva, amateurismo, frivolidad y arte efímero. Y, sobre todo, business. Show business.
FRANCESC COLOMER
Sábado, 28 de junio 2025, 23:51
Europa ha tenido grandes pensadores. Los ha tenido desde el principio de los tiempos. Los tiempos se corresponderían con el inicio de las civilizaciones que ... otorgaron permanencia a las sociedades. El mayor ejercicio de permanencia puede que sea el reconocimiento de tu consistencia y la conciencia de los fundamentos que conforman tu propia naturaleza y principios. Sin valores firmes y estables no somos nada. Una horda. Homero caracterizó este tipo de existencia con aquella trilogía de atributos: sin patria, sin ley, sin hogar.
Los antiguos griegos, geniales como pocas sociedades, también mostraron -tal vez en su versión más tenebrosa- esa decantación por clasificar y jerarquizar al resto de los pueblos. Platón recoge en uno de sus diálogos de ascendencia socrática, una suerte de crítica sobre algunas limitaciones propias, afirmando que el día que se uniesen -alzando la cabeza más allá de su estanque de ranas- podrían conquistar el universo.
Aristóteles formó a Alejandro y aquella limitación caducaría atravesando el Hindukush. Forjó la civilización helenística. Un vasto imperio sobre el que posteriormente se recrearía Roma. ¿Qué nos queda de aquello? Tras cruzar una larga historia repleta de bucles, luces y sombras, perduran las mismas contradicciones. La historia no se repite, pero rima. Esa vieja madrastra, sabia, errática, decadente y lúcida llamada Europa prolongó su legado en el llamado Nuevo Mundo. Al final, en terminología de Samuel Huntington, conformaría un espacio civilizacional llamado Occidente. Sin duda, con mil matices, como todo en la vida. Una de las derivadas o subproductos transatlánticos vuelve a estar de moda. La OTAN.
Al cinismo moral que sigue marcando este mundo sumemos la actitud grotesca y humillante de Rutte
Aunque siempre he preferido pensar que al mundo, como diría Balzac, no lo mueven las máquinas, sino las ideas, sospecho que existe otro motor más sibilinamente engrasado que explica muchos de los pasos que damos como humanidad constantemente. El complejo industrial militar norteamericano. Los verdaderos dueños del mundo. Así lo afirmó el trigésimo cuarto presidente de los Estados Unidos en su discurso de despedida y en advertencia directa a su sucesor y al conjunto de la nación. Vino a decir -con vocación de legado- que él, supuesto líder más poderoso del mundo, no mandaba nada ante el poder fáctico y material de los fabricantes de armas. Eisenhower fue el general de cinco estrellas del ejército norteamericano que, en la Segunda Guerra Mundial, ejerció de Comandante supremo de los aliados en el frente de la Europa Occidental.
Estos días hemos visto una cumbre de la OTAN en La Haya que, probablemente, rescate a esta entidad de una posición complicada en la que se encontraba porque, fundamentalmente, el mundo ha cambiado sustancialmente en muchos sentidos.
Europa, aunque intente tímidamente argumentar lo contrario, sigue extraviada. Ni una sola propuesta seria y contundente para generar la paz en el corazón de su territorio. Si preparar la guerra para disuadirla es todo cuanto somos capaces de aportar en este siglo XXI, entonemos el Réquiem ya mismo. No acabará bien. En realidad, para algunos sí. Es el sueño dorado para aquellos magnates que ostentan el poder real del mundo, tal y como señalaba aquel general llegado a inquilino de la Casa Blanca.
Al cinismo moral que sigue marcando este mundo, cumplido el primer cuarto del siglo XXI, sumemos la actitud grotesca y humillante del Secretario General de la OTAN, Mark Rutte. Sus adulaciones, halagos y lisonjas al mayor extorsionador que hemos conocido en décadas, golpean la línea de flotación de cualquier sentido del decoro y de las formas elementales de toda compostura diplomática mínimamente digna.
Con su retórica servil ha señalado el camino de un continente subordinado. No ha generado un marco institucional de acuerdo con una alianza. Ha formalizado un espacio discursivo inaceptable. Todos lo saben y callan. Han dispuesto una entente falaz. Nadie cumplirá (como nadie cumplió los supuestos compromisos de hace una década). Todos cambiarán. Algunos ni vivirán -políticamente hablando, seguro- para verlo en 2035 pero el teatrillo quedará para los anales de la vergüenza transatlántica. Es más, el propio emperador olvidará lo que dijo. Volverá a improvisar. Volverá a cambiar. Volverá a despistar. En varios meses ha maldecido y ensalzado a Vladimir Putin. Ha hecho lo propio con Xi Jinping. Una cosa y la contraria. También se balanceó entre insultos y parabienes con el norcoreano Kim Jong-un. Humilló a Zelensky en vivo y en directo. Inventa todo tipo de teorías y verdades que son puro surrealismo y ensoñación. Este es un orden nuevo. Una mezcla de ley de la selva, amateurismo, frivolidad y arte efímero. Y, sobre todo, business. Show business.
Sigamos reflexionando sin ánimo alguno de pretender la verdad. En realidad, reflexionar y cuestionarnos todo cuanto nos rodea es, precisamente, la esencia de lo que somos o deberíamos ser como europeos. Lo dijo Husserl al afirmar que Europa, fundamentalmente, era una actitud. Una actitud crítica. La misma que dio pie al nacimiento de la filosofía para desbancar el mito como explicación de la vida. Callar y silenciar temas trascendentales tampoco parece que sea una de las actitudes más honorables, leales y racionales de una cumbre de primeros mandatarios como la celebrada en La Haya. Aliados en el mutismo, aliados en el silencio cómplice. Aliados en el tacticismo. Por ejemplo, ¿nadie preguntó por Groenlandia?. ¿Nadie interpeló, siquiera susurrando, sobre las ansias expansionistas de «Daddy» (así le llamó Rutte a Trump) sobre un territorio de otro país soberano y aliado como Dinamarca? Ese proyecto colonialista quiebra todos los principios fundacionales y fundamentales de la Alianza. Pero, «silencio, se rueda». The show must go on. El espectáculo debe continuar. Todo es una obscenidad de proporciones vikingas (por no salirnos de contexto). No estamos construyendo un mundo mejor. Estamos levantando un circo. El circo de los horrores. A veces he visto carteles de un evento con denominación parecida. Un espectáculo tematizado inspirado en la teatralización del miedo. Nunca he ido porque no siento especial inclinación por ese género. La gran diferencia es que nos acercamos a una era en la que, sin comprar entrada, podemos presenciar horrores verdaderamente reales. Ese circo llegará a la ciudad. Ya está en muchas ciudades. Mi generación creció con Fofó, Miliki y aquella familia entrañable de artistas de la felicidad. Cuanta falta hace esa mirada de la vida. La política está más desnortada que nunca la mires desde donde la mires. La mayor decepción es comprobar que los grandes responsables de nuestro destino como civilización llevan máscaras de bufones y se revuelcan por los suelos de mármol haciendo reír a unos pocos y llorar al resto.
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