¿Por qué colapsan las ciudades?
Valencia reclama a gritos ser pensada, consensuada y planificada, pero la polarización no le permite prepararse para el crecimiento, ni para adaptarse a la crisis climática y nuevos hábitos de vida de sus ciudadanos
Colapso, destrucción o paralización de algo. Cuando la carga sobrepasa la resistencia, la estructura falla. La ciudad, como sistema, tiene sus estructuras, y estas son ... sometidas a la presión del día a día, de la cotidianidad, que puede provocar su bloqueo, congestión y paralización. Y es que, muchas veces, escuchamos a las autoridades presumir del número récord de visitantes a un evento, de turistas que visitan la ciudad, de cruceros que atracan en el puerto, de vuelos que aterrizan o despegan en el aeropuerto... asociando imprudentemente el volumen y la cantidad a un modelo de éxito. Y es momento de recordar que morir de éxito es otra forma de morir, pero es morir. Valencia, lugar bendecido por la geografía, la naturaleza y el clima, admirada por su patrimonio, sus tradiciones y su gastronomía, se dispone incomprensiblemente hacia la congestión, hacia la pérdida de calidad de vida de sus ciudadanos.
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En mi opinión, porque expongo un análisis personal, una ciudad puede llegar a colapsar por diferentes motivos. Principalmente, por los siguientes: demografía y urbanización, economía y turismo, movilidad, cambio climático, generación de residuos y basuras, seguridad y corrupción. Valencia, y no es por la Navidad, da síntomas de colapso en muchas de estas variables. En muchas ocasiones, en los detalles está lo general. Vamos al lío:
- Demografía y urbanización. Madrid, al igual que Zaragoza, tiene terreno por todos lados para crecer, mientras que Valencia, no. Desde el 2015, hemos pasado de 790.201 a 844.424 habitantes en el 2025, y se espera alcanzar los 860.000 habitantes en 2035. Las cifras de crecimiento en términos absolutos no son alarmantes si las comparamos con Madrid, 3.416.711, o Barcelona, 1.702.547. El problema es la urbanización, es decir, el proceso de desarrollo y crecimiento de zonas urbanas, con todos los servicios que ello requiere. Madrid, con 604 kilómetros cuadrados, tiene una densidad de 5.647 habitantes; Valencia, con 134 kilómetros cuadrados, de 8.408 habitantes. En este sentido, la geografía, los parajes naturales y la huerta juegan en contra del crecimiento urbanístico de la ciudad. Valencia no debe, no puede crecer como lo hacen otras ciudades. Y nadie lo está pensando. Prometer 10.000 nuevas viviendas no solucionan ni la demanda, ni mucho menos calman el rabioso auge de los precios de estas. Debemos añadir el envejecimiento de sus ciudadanos, una población que, en menos de diez años, tendrá más de 100.000 personas mayores de 80 años y, en total, cerca de 300.000 mayores de 65 años. Déficits de urbanización y precios de la vivienda desorbitados. Envejecimiento y dependencia. Colapso.
Cuando leo que Manises llegará a 17,3 millones de viajeros, me pregunto: «¿Dónde piensan alojarlos?»
- Economía y Turismo. Presumir y vanagloriarse del aumento de visitantes y turistas año tras año me parece un acto simple de miopía estratégica. En el 2024, llegaron 2.419.998 visitantes registrados en hoteles y apartamentos turísticos a la ciudad de Valencia, todos ellos concentrados, mayoritariamente, entre la Ciudad de Las Artes y Las Ciencias y el centro. Comprendo que el turismo es un fenómeno mundial, pero, precisamente por ello, en un mercado en crecimiento se puede ser selectivo y apostar por un segmento de visitantes que no rompan la armonía y la calidad de vida de los ciudadanos de Valencia. El centro histórico de la ciudad está colapsado, alterado para dar prioridad al turista y con una fachada de comercios desfigurada en favor de las franquicias internacionales. A su vez, el turismo, cuando se convierte en monocultivo económico, genera incremento general de precios y, por contra, sueldos low cost, siendo la fuga de talento hiper-preparado su principal consecuencia. Cuando leo que la ampliación del aeropuerto de Manises permitiría llegar a 17,3 millones de viajeros, me pregunto «¿Dónde piensan alojarlos?». Crecimiento hasta el colapso.
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- Movilidad. ¿Ha intentado coger el 70, el C3, el 12 o cualquier autobús de la EMT a las ocho de la mañana? ¿O las líneas 1 y 4 para ir, por ejemplo, a Moncada? ¿Hay algún día que no sufra un incidente en las cercanías C1 o C6? ¿Ha intentado entrar en coche por la mañana, al mediodía o por la tarde por la pista de Silla? ¿Ha intentado pasar con el coche por la calle Colón o por Maestro Sosa, esquina calle Jesús, o por la plaza de América? ¿Ha estado a punto de ser atropellado por un patinete? Congestión y siniestralidad. Paradojas del colapso, menos turismos censados y 2.155 vehículos más al día en la calle Colón. La sombra de Grezzi es alargada.
- Cambio climático. El centro es un horno durante seis meses al año. El verano de 2024 fue el tercero más cálido desde que hay registros, y tres días se marcaron como los más cálidos desde 1961. Calor sofocante y agobiante en verano. Las aguas del mar Mediterráneo en su tope de temperatura desde 1940. Lluvias y danas en octubre. El clima siempre ha sido un buen aliado de la ciudad de Valencia: si no hay adaptación, se convertirá en un inesperado adversario. Movilidad y crisis climática. La ciudad necesita ser pensada y planificada; si no, colapsará.
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- Basura, suciedad y residuos. No son lo mismo, pero su efecto es el mismo. Más población, más visitantes, más compras online, más comida a domicilio... Valencia tiene un grandísimo reto con los contenedores de basura: afean el diseño urbano, entorpecen las aceras y suelen estar a rebosar. El servicio no da a basto. Gracias a la información de la Concejalía de Recogida de Residuos de Valencia, sabemos que hay 183.000 toneladas de residuos en los primeros seis meses de 2025. De estos, solo 61.828 fueron recogidos de manera selectiva. Por ejemplo, muebles y trastos suponen 6.828 toneladas, y papel-cartón, 12.909. Esta área debería ser estratégica y de alta prioridad presupuestaria; de lo contrario, necesitaremos un flautista como en Hamelín.
- Seguridad. Las cifras de 2024 indican un cambio de inflexión, a mejor, en las infracciones penales, pero aún muy por encima de 2022. Aunque, por lo general, Valencia es una ciudad segura.
- Corrupción. El gobierno municipal sigue contando con tránsfugas en su equipo, y con concejales que comparten la dedicación en áreas éticamente incompatibles. Recuerdo que las malas prácticas son la antesala del colapso, y esto ya lo hemos vivido recientemente en Valencia.
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Valencia, ciudad aislada, solo conectada decentemente con Madrid, sin rechistar cuando se le cataloga como «el puerto marítimo de Madrid», con disciplinada aceptación para ser el laboratorio de la política española y exportadora de talento profesional joven, flirtea insensatamente con el colapso. Valencia reclama a gritos ser pensada, consensuada y planificada, pero la polarización no le permite prepararse para el crecimiento, ni para adaptarse a la crisis climática y nuevos hábitos de vida de sus ciudadanos. Gestionar a base de descoordinadas presentaciones fatuas de futuras inversiones no es lo que necesita esta ciudad, porque ello nos llevará irremediablemente al colapso.
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