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Entre las últimas novedades que sigue aportando la inundación de octubre, destaca el reportaje que Burguera publicó el pasado sábado sobre la angustiosa falta de ... medios de los ayuntamientos concernidos para gestionar la llegada de las ayudas del Estado. No hay manos, no hay forma de encauzar en los ayuntamientos el papeleo que inevitablemente generan las acciones que la gente espera. De modo que se prepara la ayuda de la Generalitat. Es una realidad, la de la falta de personal, que está presente desde el 29 de octubre en todos los aspectos de la catástrofe. Cuando el barranco se desbordó, nadie tuvo medios suficientes para nada: por eso, precisamente, pasó lo que pasó. Y por eso hizo falta ayuda externa. Las mil tareas encomendadas al personal de los ayuntamientos afectados se han hecho y se harán bajo el signo de un desbordamiento de papeleo.
Por eso, precisamente, hacia noviembre escribí sobre la necesidad de una medida radical que el Estado debería haber adoptado en su momento: la intervención de los ayuntamientos y su suspensión política temporal. De cara a lo que ahora debería ser la aplicación de una ley, sin duda consensuada, que invitara a la mancomunidad de servicios, de un lado, e incluso, de otro, a la creación de una corporación municipal, política y administrativa, de rango superior.
No hace falta recurrir a la anécdota de que Lloc Nou de la Corona es un municipio de los más pequeños de España y está allí, embutido dentro de Alfafar. Es que toda la comarca debería estar ordenada para funcionar, como mucho, con un par de corporaciones municipales y con cuerpos de Policía Local, bomberos y recogida de basuras unificados en la acción. Y aunque en situaciones como la presente seguirían dependiendo de la intervención y la presencia de ayudas exteriores - sí, sí, funcionarios llegados de Soria, Huelva o Murcia en comisión de servicios-estarían mucho mejor preparados para afrontar el futuro, hubiera o no hubiera en su destino nuevas inundaciones.
Uno de los defectos más graves que se observa de todo cuanto se va averiguando tras la catástrofe, es que todas las administraciones llamadas a decidir han querido actuar, desde una suficiencia por demás ridícula, como si no existiera España. Mientras los ayuntamientos caían rendidos de impotencia, la autonomía se empeñaba en no pedir ayuda y el Estado era remiso a imponer su brazo fuerte y salvador. En una España no ya autonómica, sino de taifas, ni siquiera hemos sabido que los meteorólogos y los gestores hidráulicos pidieran ayuda, refuerzo o consejo exterior. Cada uno se comió su marrón. Pero a lo mejor es hora de ir reinventando España y de tener ayuntamientos sólidos, concentrados, de una medida estándar, capacitados para la gestión.
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