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No me canso. El tema de la inundación del 29 de octubre me sigue subyugando, incluso medio año después. Me parece lo más importante que ... le ha pasado al pueblo valenciano en las últimas décadas y me produce un extraño placer, a veces hasta el mareo, ir comprobando que, como las aguas, el debate, el desconcierto y la irritación, van yendo poco a poco hacia su cauce natural. Que, en este caso, tal y como yo lo veo, es una conclusión simple: la riada nos pilló a todos desprevenidos. A todos. Empezamos a mirar aquí y allá, nos hicimos un lío, nos ganó el miedo y la confusión, y al final pasó lo que pasó. De modo que, conclusión: como nadie está libre de error, todos tendríamos que ser más humildes. Localicemos a todos los «culpables», a todos.
Pero vamos a ir enmendando errores. Pero el error más grave de esta inundación es el que estamos cometiendo ahora, en seco y seis meses después; consiste en que ni se escucha a los técnicos ni se aplican sus recomendaciones.
El martes último, en la Escuela de Ingenieros de Caminos, hubo un debate de cuatro especialistas, cuatro primeros espadas de la ingeniería y la hidráulica y, a salón medio vacío, no asistió ningún medio informativo. Ninguno. De modo que las reflexiones y consejos que allí se ofrecieron gratis, las alertas y advertencias de los que saben, llevan camino de perderse, como viene ocurriendo desde hace varios siglos.
De todo lo que allí se pudo escuchar, apenas tengo espacio para un tema, el de los coches. Una cifra de 120.000 vehículos afectados marca un antes y un después, un hito. Es, de hecho, un acontecimiento nuevo en la historia de la humanidad que por sí solo ya reclama un modelo de gestión y de soluciones específico de esta catástrofe. El futuro, en la zona, ni puede ni debe ser igual jamás: hay que resolver ese exceso de coches, entre otras cosas porque está demostrado que hicieron de presa. Aguas abajo de un tapón de coches hubo menos de un metro de agua; pero aguas arriba hubo tres metros... y víctimas.
Los técnicos, el martes, avisaron del error gravísimo que está siendo no derribar apenas nada y querer que todo siga igual y en los mismos sitios. Es erróneo, sobre todo a la luz de otra observación que en esa mesa redonda se hizo: el barranco del Poyo, esos barrancos asesinos, circulan «más altos» que las calles de los pueblos por donde pasan. Oír decir que, en Catarroja, el lugar más seguro contra inundaciones, el sitio más alto, es la baranda del barranco... es sencillamente estremecedor. Pero...
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