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A veces, en lo más hondo de mis pesadillas, me agobia entre sudor y temblor un episodio especialmente duro: tengo la obligación ineludible de escribir ... una crónica sobre lo que pasa en Valencia. No puedo esquivar el deber, me ocurrirán cosas terribles si no cumplo el compromiso. Mi sueño se convierte en tortura agobiante, profundamente desagradable; porque lo más terrible es que el encargo, esa muy difícil crónica, está destinado a un periódico de Camboya, de Honduras o de una isla griega.
Anda, macho, ve y explícale a tu amigo de México lo que ha sido el apagón, ese delirante caos del lunes. Explícales las caritas de pasmo de los tres adolescentes con los que hablaste en la calle, nenes paridos después de la Copa América que nunca habían oído hablar de una palmatoria. Explica, explica cómo está España. Y cómo se alcanza el milagro de que, en medio de un país alucinante, Valencia deslumbre por su rara locura.
Me imagino escribiendo sobre la delegación del Gobierno y la inundación en una crónica de mil palabras que se tuviera que publicarse en Berlín, y tiemblo antes de sollozar. No es posible hacerlo, nadie va a entender, ni mucho menos creer, ese comportamiento ante las manifestaciones y sus reglas, ahora no, ahora sí. Pero es que en la crónica tendría que explicar también por qué se manifiestan contra Mazón y quiénes son; algún párrafo tendría que dedicarlo a la riada, otro al estado interno del PSPV y al menos cinco líneas, qué menos, al Partido Popular y a su líder, tan Núñez, tan Feijóo, tan arcano y lejano...
¿Hay alguien con valor para explicarle a un vecino de Oslo lo que nos ha pasado con el nuevo estadio del Valencia? ¿Entendería un lector de Dublín, aunque fuera experto en el «Ulises», lo que aquí viene pasando --¡desde 1975! - con el solar de Jesuitas? En la Feria del Libro, me dije, ya verás como hay al menos un libro sobre el covid. Pero va y no. Nadie, que yo sepa, ha abordado una bonita investigación sobre aquellos días, sobre la delirante decisión del hospital de campaña, sobre la llegada de los aviones chinos.
En mi pesadilla me ordenan: «Explícale el episodio del parque Central, o todo lo que ha ocurrido en 40 años con la prolongación de Blasco Ibáñez, a un lector del Paraguay». El tipo que me ordena las peores tareas en sueños, es maligno: «Anda, escribe de la plaza del Ayuntamiento, cobarde». Es imposible escribir de una tierra que vive en un perpetuo 'delirium tremens'. ¿Cómo explicar a un lector polaco un episodio de inundación ocurrido en 2025 sin mencionar que en 1897 este periódico ya contó punto por punto, drama por drama, la misma inundación en los mismos pueblos, calles, puentes y barrancos? ¿Es que nadie vio dónde vivía? ¿Nadie explicó lo que es una zona inundable?
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