La ciudad y el campo
Los viernes tenían un insoportable botellón de gentes de entre 30 y 40 años, que son las que más beben y gritan. Pero los sábados, ... unos flamencos de pega venían al barrio, siempre a las dos y veinte de la mañana, y se apostaban a cantar coplas en una esquina, nadie sabe por qué. Cansados de llamar a todas las policías del mundo, incluida la Montada del Canadá, decidieron dejar la ciudad.
Alquilaron la casa y se fueron a vivir al chalé heredado de los padres de él, en las afueras, a casi 30 kilómetros de Valencia. Necesitaban paz, serenarse y palpar la naturaleza, reconquistar vida al aire libre: mirar cómo crecen las nubes, imaginar dónde irá ese avión que cruza el cielo con rumbo norte. La epidemia de 2020, la del covid, fue, más que un pretexto, una tabla de salvación. Pudieron acogerse al teletrabajo sin complicaciones; no fue difícil encontrar plaza para la niña en la escuela del pueblo; cayeron bien en una urbanización donde encontraron gentes amables y de un corte parecido de edad, vida y aspiraciones. Claro que el covid pasó y pronto se olvidó todo el mundo de él. De modo que a ella empezaron a insinuarle en la empresa que también existía el trabajo presencial. No estaría de más que al menos dos veces a la semana bajara a la gran ciudad. Lo hizo, y él se quedó al cuidado de la casa sin abandonar el teletrabajo. Todo fue bien hasta que se estropeó la lavadora y hubo que esperar tres semanas la llegada del técnico, instante mágico que coincidió con una bajada alarmante de la intensidad de la señal de internet.
Es el repetidor, dijeron. Es que la pequeña empresa que suministra la señal en la comarca ha suspendido pagos. Es que la gran empresa que maneja la superseñal de todos no invierte en infraestructuras. Mal asunto. Hubo días en que tuvieron que dejar a la niña con una vecina, mientras bajaban los dos a trabajar a la ciudad. Eso fue en 2023, el año en que se secó el césped por falta de riego. El año siguiente, sin embargo, fue el de la dana. De modo que lo que les hizo casi olvidar la doble derrama para cambiar la bomba de la piscina fue el problema de las goteras. Que les obligó a cambiar unas 365 tejas y a reponer el aislante de todo el techo. La factura les hizo abandonar el proyecto de un viaje a Thailandia, largamente imaginado.
El inquilino de la ciudad ha dejado de pagarles ya tres meses. En el chat de wasap de la urba cuelgan reproches sobre las deposiciones de los perros que nadie recoge y esta semana les toca por turno vigilar la pulcritud de los contenedores de basura para evitar las visitas nocturnas de los jabalíes.
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