Balance de dos años
En una doble comparecencia, por la mañana y por la tarde, María José Catalá va a hacer balance, hoy, de sus dos primeros años al ... frente de la alcaldía. Que forzosamente se tienen que conjugar bajo el signo de un doble desastre que ha dejado huella indeleble en La historia de la ciudad. El primero fue el terrible incendio de Campanar; el segundo, la brutal inundación de octubre de 2024, de tan graves consecuencias en toda el área metropolitana. Por señalarlo como una de las claves, la alcaldesa nunca se imaginó recreando y entregando una Medalla de la Gratitud por la solidaridad de los valencianos tras el incendio. Pero así ha ocurrido no hace mucho. Del mismo modo, nunca se vio, como se verá hoy, imbuida en el papel de alcaldesa de la ciudad clave entre las perjudicadas por la inundación y, por lo tanto, motor principal, indispensable, para las tareas de recuperación que antes o después se tendrán que desarrollar, al margen del trabajo de los tribunales, sin los rencores que exhibe el socialismo.
Quizá nadie lo había previsto, pero Valencia, en 2025, está teniendo que asumir las exigencias de mantenimiento de aquella oleada histórica de realizaciones -desde el palacio de Congresos, a Abastos y Colón-- que hizo el equipo de Rita Barberá hace ahora entre veinte y treinta años. Eso, que sería casi bastante tarea para cualquier corporación, se une a la angustiosa reclamación de ideas y propósitos nuevos, de exigencias modernas, que van desde la plaza del Ayuntamiento a la periferia y desde la Marina a la Feria.
Sin embargo, todo lo que falta -incluido tanto Hub y tanto Goerlich-- apenas es nada comparado con la necesidad y la obligación de Valencia tras la inundación. Porque aparte de ser muy damnificada, es que Valencia es la capital natural del área metropolitana que sufrió el zarpazo de los daños y las víctimas. Si la inundación de 2024 se puede comparar con la de 1957, a la que ha superado en todo, la ciudad se ha salvado de una nueva catástrofe gracias a un nuevo cauce del Turia, la Solución Sur, que vuelve a ser clave para la supervivencia de los habitantes del área metropolitana.
Curiosamente, solo la alcaldesa Catalá ha recordado ese extremo; y solamente ella se ha atrevido a sugerir la necesidad de una solución similar para las poblaciones de l'Horta que viven un urbanismo suicida en un territorio de barrancos imprevisibles. De ese modo, los muchos proyectos de futuro de la segunda mitad de la legislatura municipal se han de rendir ante uno sustancial: el futuro de la provincia, tras el 29-O, pasa forzosamente por la plaza del Ayuntamiento de Valencia. Vamos a oír, pues, qué dice hoy su alcaldesa. Y si la oposición, y su presurosa candidata, lo escucha, mejor para todos: quedan dos años para colaborar y reconstruir.
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