A Sánchez le ha mirado una fontanera tuerta
Los finales de etapa son de reyes ausentes, ministros bufones y maldición de dioses. La decadencia y la caída del poder se forjan envueltas en escándalos chuscos, augurios conspiranoicos y magias obscenas. Desde que el mundo es mundo, siempre llega un día para los gobiernos en el que todo empieza a salir mal y arranca entonces una rachita imparable de meteduras de pata, acontecimientos desastrosos e imprevistos ridículos que, inevitablemente, conducen a su descomposición. No sé por qué sucede así, pero, cuando la mala suerte hace presa de un gobernante, es una verdad universal que no hay estrategia de comunicación o persecución de jueces que lo salve. Tarda más o menos en caer, pero el poder gafado da manotazos a su alrededor como el bañista con los pies metidos en la garganta de un tiburón y se desangra con igual estrépito. La malasombra, igual que la enfermedad, penetra en los consejos de ministros sin ser percibida y, cuando se manifiesta con sus exagerados síntomas, ya suele ser tarde para salvar al presidente abandonado por la fortuna.
Una estrella fugaz guía al amanecer de los gobiernos y una boñiga dando tumbos por la acequia a su crepúsculo. El ocaso de la UCD vino con el envenenamiento masivo de la colza; el del felipismo con el GAL y las fotos de Roldán tapándose con su foca hinchable; el de Aznar con un petrolero hundido; el del Zapaterismo cósmico con una rebaja de pensiones y sueldos públicos; el de Rajoy con la declaración de independencia de Cataluña... Para todos, una mañana se plantó el gafe ante la puerta del palacio presidencial, pasó sin llamar y se instaló en el dormitorio de matrimonio de la primera planta. Se trata de una especie de democracia poética que reduce la ambición inmortal de los césares por medio del mal fario. Y ahora le toca a Pedro Sánchez. El hermano vago y el binomio de tebeo formado por Ábalos y Koldo son los personajes frikis del Misisipi o de las Crónicas Marcianas de este fin de ciclo de la impostura y la amoralidad.
Soy consciente de que esto no tiene nada de ciencia ni de demoscopia, que se sustenta en la pura observación del azar histórico y, tal vez, en la desesperación y el deseo, pero ocurrir ocurre que, cuando a un Gobierno todo comienza a salirle al revés, se inicia una espiral de errores y despropósitos que culmina con su derrumbe. Dice la leyenda que en la Moncloa hay una fontanera tuerta, que es como Tamara Seisdedos en formato concejala estadista, que marca con su ojo malo el principio de los finales de las presidencias. Pues a Sánchez ya le ha mirado esa tuerta.
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