Pido el Cervantes para Joaquín Sabina
Ahora que se despide, pero se queda, es momento de que Joaquín Sabina acabe su gira, 'Hola y adiós', recibiendo el Cervantes. Habrá quien diga que mejores poetas hay que el flaco, y eso es posible..., aunque sólo él sea capaz de incluir endecasílabos en canciones pop contemporáneas y ningún otro tenga tantos lectores o, mejor, tantos recitadores. La poesía que no pertenece al pueblo, que sólo la entienden los amigos universitarios de quien la escribe, no es poesía, sino egolatría, amor propio, onanismo. Sabina me parece equiparable al Bob Dylan del Nobel y al Georges Brassens del Nacional de Poesía de la Academia Francesa, yo le considero un mesías del idioma. Sí, del español, en el que la rima consonante había muerto, pero él la ha resucitado.
'Pongamos que hablo de Joaquín', cantaba Luis Eduardo Aute. Sabina será un anarquista, un descarado, un blasfemo, un concupiscente y un ripioso, pero ¿en qué otra probidad ha consistido siempre lo de ser poeta? Que se lo pregunten si no a Villon, Quevedo, Byron, Bécquer, Baudelaire o Alberti. Lo otro, lo del intelectual obsequioso con los doctores o con los curas, lamebotas del poder o enaltecido por quienes aspiran al poder, veleta y bien queda progresista no resulta poesía, sino rendibú en mármol, cuando no simple cacareo. En su último concierto de Valencia, uno de los momentos más apasionantes se produjo cuando reconocimos los primeros acordes de la Magdalena y ya casi no le dejamos cantar lo de «la más señora de todas las putas, la más puta de todas las señoras» porque, con la piel del alma de gallina, el Roig Arena la hizo suya. Y compartimos un instante maravilloso en el que, por la inspiración del autor de un poema, miles de personas, adoctrinadas en lo de abolir la prostitución y linchar a los clientes, se emocionaron elogiando, casi con lágrimas en los ojos, las virtudes profesionales de una prostituta ideal. Eso, amigos míos, es pura poesía en español.
Lo he dudado antes de escribir esta columna porque basta que el Cervantes lo pida yo y no Luis García Montero para que no se lo den ni de coña. Pero lo siento, yo también soy un poco poeta, o sea, un poco don Inoportuno y digo las cosas como las siento, no como las pienso. Así me ha ido... Al menos, que le den el Princesa de Asturias de las Artes, ese que el jurado, en su pedante imbecilidad, le negó a F. Ibáñez por Mortadelo. Este país de Koldos y fachas, de Yamales y Rosalías, de Morantes y Colaus no puede perderse el discurso que Sabina le escribiría a la futura reina de España, el testamento franco de una nación de pícaros.