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Tardaremos en escribir y leer novelas sobre nuestra última riada y su mordisco porque la literatura digiere las tragedias colectivas con la lentitud de una boa. Es lo que ha sucedido con la pandemia, que han tenido que pasar cinco años para que empiece a ser decorado literario. Lo del covid-19 constituye la experiencia más extraordinaria que la humanidad ha vivido a una, dado que las guerras mundiales no lo fueron del todo y el hambre tampoco llega nunca hasta el último rincón del planeta. Pero aquel encierro del 2020 sí; entonces fue la Tierra entera la que soportó el miedo y la muerte. Por eso, llama la atención el exiguo número de novelas, películas o series que abordan aquellos meses como tema o fondo de una trama. Constituyen los días terribles más generalizados de la historia y, paradójicamente, los autores han preferido por ahora soslayarlos siquiera sea de excusa narrativa, como hizo Boccaccio con la peste en el Decamerón.
Hasta que llegó Lorenzo Silva y desenfundó su bolígrafo verde con escudo de la Guardia Civil y el lema: «El honor es mi divisa». En 'Las fuerzas contrarias', su última obra, mis venerados picoletos, Bevilacqua y Chamorro, se enfrentan a dos criminales en las ciudades desiertas de la primavera del covid. Como el propietario de una tienda de animales que camina por un pasillo de acuarios observando a los pececillos, así Lorenzo Silva recorre las calles de la España sometida al confinamiento, viéndonos a sus compatriotas sufrir por la salud de nuestros padres, llamar por videoconferencia, salir al balcón a aplaudir, sacar al perro para respirar, convivir aprisionados y fallecer, porque de fallecer va la vida sin libertad. La novela me ha hecho recordar las compras semanales planificadas como asaltos al banco central, las mascarillas improvisadas con papel de cocina y gomas del pelo, las musacas que Piluca no ha vuelto a cocinar después, al amigo que volvió a ver amanecer en el hospital, al que no..., aquella lotería de las sentencias de muerte.
'Las fuerzas contrarias', como siempre en Lorenzo Silva, contiene un buen relato policiaco, trabado con profesionalidad y adicción, pero destaca sobre los otros catorce de la serie por el marco, por esa atmósfera extraordinaria en la que estuvimos sumergidos y de la que no queremos acordarnos. Por alguna razón cavernícola, la historia no se convierte en literatura hasta que no adquiere el tono inexplicable de la leyenda; la literatura es más de espectadores que de testigos. Pues bien, Lorenzo Silva acaba de abrir la puerta a los cuentos del covid, prepárense para revivir.
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