Para vivir hay que dar por supuesto que la muerte no nos visitará esta noche y que mañana saldrá el sol. Dar por supuesto que volveremos a comer, que esta tarde no nos dejará nuestra pareja y que tampoco estamos incubando ningún virus, si no algo más cruel. A falta de esas falsas certidumbres, de esas palancas para confiar, cómo hacer planes, cómo proyectar ningún sentimiento, cómo soñar. El futuro es una ilusión basada en algunas probabilidades más o menos seguras, pero una ilusión al cabo. Por eso, nos derrumbamos, o se nos derrumban las expectativas, cuando alguna de nuestras hipótesis cotidianas se demuestra infundada, cuando nos sorprende un accidente de tráfico o hay menos dinero en el banco del que pensábamos, por ejemplo, y el porvenir se tuerce o se disipa. La fe racional se sostiene en la experiencia.
Publicidad
Resulta incomprensible, pues, oírnos a los europeos reconocer que se han acabado la seguridad barata de Estados Unidos, el gas barato de Rusia y el comercio barato con China para, a renglón seguido, no rebajar nuestras previsiones de prosperidad ni adaptarnos deprisa al nuevo escenario. Si el mundo se ha vuelto peligroso, tendremos que protegernos. Si la globalización se retrae, habrá que buscar nuevos mercados y eliminar barreras en el interior. Si la dependencia de otros se transforma en debilidad, deberemos reindustrializarnos y evitar la colonización digital. Pero nada de eso, seguimos confiando ciegamente en el destino como si aún fueran los noventa. La historia exige una Europa más unida, fuerte, orgullosa y, en cambio, el europeísmo se diluye contra toda lógica. Seguir dando por supuesto que no vendrá una guerra sin disuadir a Putin, que por sumar 450 millones de consumidores tendremos influencia geoestratégica, aunque no tengamos un ejército común, o que cualquiera de nuestras viejas naciones, fuera de la Unión Europea, importan más que Andorra o Mónaco es de una ingenuidad candorosa por no decir de una locura suicida.
La administración Trump, en su Estrategia de Seguridad Nacional 2025, apuesta por los partidos nacionalistas de extrema derecha europeos para disolver la Unión Europea como alternativa democrática, y yo me pregunto: ¿cuándo vamos a despertar del presumir que España va a algún sitio sin Europa? Abramos los ojos, dejemos las metáforas de la Guerra Fría de lado y los herrumbrosos morriones en los museos, no hay día después sin la autoestima del hoy. Es el estilo de vida europeo, con sus valores de convivencia y derechos, el que nos permite apostar porque mañana saldrá el sol. Yo lo digo: Europa primero.
Yo me pregunto: ¿cuándo vamos a despertar del presumir que España va a algún sitio sin Europa?
Suscríbete a Las Provincias al mejor precio
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión