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Hoy, que las celebraciones, todas, van perdiendo su sentido, que la Navidad es más de las compras que de la infancia o que el día de nuestros familiares difuntos se ha transformado en el Halloween de las calabazas, quiero reivindicar el significado de la Semana Santa y la Pascua. Porque todas las fiestas tienen un por qué, o al menos lo tenían. Lo de tomarse unos días para irse de viaje masificado, ignorando que no existe otro viaje que no sea al interior, al propio corazón, o lo de ir adonde la manada vaya a emborracharse, ya sea por San Fermín, las Fallas o la Feria, es totalmente nuevo, una degeneración cultural contemporánea. La causa humana de la fiesta consiste en burlarse de la muerte, bien sea porque ha nacido un niño Dios, porque ha vuelto la primavera o porque el día más largo del año trae consigo una noche preñada de hogueras, playa, libertad y estrellas. Sí, las fiestas son de los locos que, excepcionalmente, se descojonan del orden natural para bailar sobre sus propias tumbas y besarse en la boca porque siguen vivos.

Los bárbaros, los ignorantes y la inteligencia artificial han cambiado los fastos por números rojos en el calendario laboral, todos iguales. Sin embargo, Semana Santa y Pascua representan mucho más que unas minivacaciones o una sentada maratoniana de procesiones en televisión; el primer domingo después de la primera luna llena que sigue al equinoccio de primavera ensalzamos que la tierra revive, que el invierno se abre a la luz, al calor y a las desnudeces. Cuando era pequeño, la Pascua personificaba el preludio del veraneo, el anticipo de la anarquía, las bicicletas, los tirantes de las chicas, la piscina y el primer amor. Jesús murió en una cruz, aunque lo más importante, lo que conmemoramos los cristianos, es que resucitó. ¡Que resucitó! Y tal es la semiología de Semana Santa y Pascua, la de resucitar; si no te das cuenta de eso tampoco mudas la piel del alma, tampoco te despojas de la hojarasca de la existencia en bucle. Para vivir hay que morir y renacer con cada mes de abril.

La Pascua es para enamorarse, escalar volcanes, llenarse la barba de flores, subir a lo alto de la cúpula de una iglesia y hacerse promesas. En el fondo, todos tenemos tantos años cuantas veces Cristo encarnó su muerte y resurrección en nuestras biografías, al menos para el imaginario occidental. Quien no resucita no vive, muere durante toda su vida. Así que ayer volvió a ser tu cumpleaños, hoy has resucitado contra tu destino operístico y mañana empezarás de nuevo a caminar, de eso va esta fiesta y escribirlo es mi regalo.

La Pascua es para enamorarse, escalar volcanes, llenarse la barba de flores y hacerse promesas

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