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Me apunto a las vacaciones de 40.000 años

Sábado, 28 de junio 2025, 23:51

Si el ser humano desarrolló su capacidad intelectual hace 60.000 años, la cuestión es: ¿por qué sólo empezó a erigir civilizaciones y a crear culturas hace 10.000? ¿En qué perdimos el tiempo durante 40.000? Esta es la gran pregunta sin respuesta sobre nuestro pasado y, en algún sentido, sobre nosotros mismos. Según Big Think, el neurocientífico Erik Hoel ha planteado que fue el exceso de cotilleos lo que limitó el crecimiento de aquellas primeras comunidades, que el no trabajar y tener todo el día para fijarse en los demás y criticarlos impidió que apareciesen líderes capaces de establecer reglas morales de cumplimiento general. Algo así como que la anarquía se fortalece gracias a los chismes o que el comadreo precedió a la literatura y al derecho. Según este punto de vista, la política paralizante sería la de los chismorreos, y es justo esa la que estamos volviendo a practicar.

En sentido contrario, Yuval Noah Harari, en su célebre 'Sapiens', contempla esa larga edad, en la que fuimos cazadores recolectores y vivimos plácidamente de los frutos y los animales que nos regalaba la naturaleza, como una suerte de paraíso terrenal. Aquello era verdadera libertad y sólo la perdimos cuando algún beduino estúpido inventó la agricultura, porque el trigo esclavizó al hombre y no al revés. El relato histórico tradicional sostenía que nuestros antepasados plantaron cereales para que les dieran de comer; Harari dice que fueron los cereales los que nos ofrecieron su grano para que nos quedásemos quietos en un sitio y los cuidásemos. Los investigadores Graeber y Wengrow defienden algo parecido al afirmar que el conocimiento requiere de una hoguera y una audiencia para transmitirse colectivamente, que sin sedentarismo no cabe el aprendizaje colectivo.

Debe haber alguna explicación más para tanta vagancia, porque 40.000 años sin construir nada se me antojan unas vacaciones demasiado largas. Pero yo siento nostalgia del dulce no hacer nada de esos ancestros, de su vagar sin rumbo, de su conexión con el medio ambiente. Ahora, que no es que nos hayamos quedado quietos, sino que todos todos queremos estar en el mismo puto sitio, que la murmuración se ha hecho universal y que a la esclavitud física del trigo la ha sustituido la mental del móvil, creo que es fácil entender por qué los primeros humanos eligieron vivir como jipis. Todavía más cuando llega el veraneo y no cabemos en las piscinas. Quisiera ser un hombre mesolítico, gandulear, huir de la manada y lanzar el wasap a la eme. El lujo sería volver a vivir como un cazador recolector. Los viejos lo sabían.

Erik Hoel plantea que el exceso de cotilleos limitó el crecimiento de las primeras comunidades

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