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Hemos entrado a la vez en la vieja librería del centro. Yo después porque le he cedido el paso. Es muy joven, todavía casi un adolescente. Se muestra inquieto, pero no nervioso. Excitado, tal vez. Alguna urgencia lo recorre por dentro. Y seguro que lleva el dinero contado para lo que haya venido a buscar. Con una mano se aparta el flequillo que se le viene a la cara cuando se asoma a la mesa en que se enseñan las novedades. Luego, con el automatismo de una ardilla, su atención salta de una estantería a la siguiente como si los títulos contuvieran su nombre. La camiseta de granate gastado que lleva o no es suya o ya se la puso ayer, se ve arrugada con ese cansancio de la ropa que duerme puesta o dejada caer a los pies de la cama. Presumo que se va a pisar los cordones de las zapatillas. Cuando descubre la sección de Poesía se dirige directamente hacia ella y, con la prisa de un saqueador de tumbas, comienza a hojear colecciones de versos. Le miro las manos y me produce ternura observar cuánto se muerde las uñas. Me acerco.

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Ha cogido un volumen de Alianza, 'Poesía completa' de Cavafis, y se detiene en 'Vino a leer'. Su boca susurra: «Están abiertos dos, tres libros: historiadores y poetas...». Termino yo el poema en mi recuerdo: «pero apenas leyó, en el sillón dormita, es muy hermoso y ahora pertenece por entero a...». Al chico le tiemblan las manos. Deja a Cavafis y toma a Neruda. De sus labios, que ahora parecen mojados en vino, escucho salir aquello de: «Aquí hay una montaña, no saldré nunca de ella, ¡y un cráter, una rosa de fuego humedecido!». Busca, ciego y hambriento, un contorno quemante, me digo. «Los versos del capitán», me digo. Además, echa a volar volúmenes como palomas de Cernuda, Paz, Pizarnik... ¿Adónde irá a parar? ¿Qué clase de amor lo está devorando? ¿Para quién será el libro? Pero desaparece. En cuanto reacciono, lo atisbo en la caja sacando monedas del bolsillo hasta que pone las justas sobre el mostrador. Y se marcha corriendo.

Soy yo. No soy, pero yo fui así. Por eso sé que va camino de alguien, al que cree prohibido, al menos, inconfesable, con quien compartirá lo que siente dejando que el libro elegido hable por él, quizá en un bar. Que juntos cogerán un autobús a la Malvarrosa, que se saltarán la comida, que en un portal se rozarán con urgencia. Que se engañan compartiendo una carpeta de apuntes que no estudiarán. Al salir de la vieja librería, pienso que la primavera llega para todos, lo mismo para mí, que todo el amor cabe en unos versos de Cavafis o Neruda. Y me doy cuenta de que también yo he comprado poesía hoy.

Pienso que la primavera llega para todos, lo mismo para mí, que todo el amor cabe en unos versos

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