La semilla de la tiranía
Ni tacto, ni generosidad, ni modestia ni simpatía, excepto para sí mismo y los suyos. Lo que menos les importa son los principios de armonía política y social
EMILIO GARCÍA GÓMEZDOCTOR EN FILOLOGÍA
Lunes, 3 de noviembre 2025, 23:52
El pasado 22 de septiembre de 2025, con motivo del Foro de Líderes Mundiales, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, presentó una ponencia en la ... Universidad de Columbia en la que defendió el desarrollo y la práctica de las libertades.
«En una sociedad abierta, la protección de los derechos individuales no es solo un principio, sino un fundamento. La libertad de expresión, la libertad de credo y el derecho a participar en la vida pública facultan a los ciudadanos para forjar su propio destino. Estas libertades no son privilegios; son salvaguardias esenciales contra la tiranía y el silencio. Por eso debemos proteger estas libertades y evitar que se manipulen como armas para difundir desinformación, incitar al odio o socavar las instituciones democráticas. (...) Luchemos por la libertad de expresión. Levantémonos contra cualquier intento de anular la libertad de expresión. Porque si perdemos nuestra libertad de discrepar del poder, estaremos sembrando la semilla de la tiranía».
Conociendo a su autor, quien oyera esta declamación o la tenga a mano para su lectura pensará que es obra de un lunático. Sánchez y su amplísimo gabinete, equivalente a un moderno politburó, rodeados por centenares de asesores expertos en hurgar en vidas y haciendas de sus opositores políticos, no ha hecho más que valerse de su propio discurso para arremeter contra la autonomía, la libertad de expresión, el credo y los supuestos derechos de los ciudadanos, violando constante e intencionadamente los viejos principios de colaboración y cortesía enunciados a partir de 1973 por lingüistas como Grice, Lakoff, Brown, Levinson y Leech, sin contar con una miríada de exponentes de aquellas consignas en etapas posteriores. Las declamaciones sanchistas han vulnerado cualquier tipo de cooperación entre gobernantes y gobernados, escamoteando la información y la evidencia, falseando la verdad, birlando la relevancia de la información oficial, diseminando la ambigüedad y la oscuridad, borrando la claridad y potenciando el caos comunicativo.
Sánchez y sus arengas han convertido la propuesta en amenaza, la sugerencia en mandamiento. Nuestro Sr. Presidente, en competencia con el personaje de Miguel Ángel Asturias, tiene poder y lo emplea sin piedad, siendo incapaz de discriminar entre lo bueno y lo útil para el país y lo bueno para sí mismo y su ejército de comilitones. Ni tacto, ni generosidad, ni modestia ni simpatía, excepto para sí mismo y los suyos. Lo que menos les importa son los principios de armonía política y social. Evitan mencionar o discutir cualquier asunto vidrioso y arriesgado, forzando al oyente a inferir un significado impreciso y una intencionalidad oculta. Manipulación en manos de un cuentista profesional, en lugar de ser veraz, evitando decir aquello que se cree falso o para lo que no hay evidencia suficiente.
Nosotros, desde nuestra modesta posición, seguiremos combatiendo con arreglo a las enseñanzas de Lord Tennyson: «Mantengo el propósito de navegar hasta más allá del ocaso... hasta que muera. Puede que nos traguen los abismos; puede que toquemos al fin las Islas Afortunadas y veamos al grande Aquiles, a quien conocimos. Aunque mucho se ha gastado, mucho queda aún; y si bien no tenemos ahora aquella fuerza que en los viejos tiempos movía tierra y cielo, somos lo que somos: corazones heroicos de parejo temple, debilitados por el tiempo y el destino, más fuertes en voluntad para esforzarnos, buscar, encontrar y no rendirnos» (adaptado de 'Ulises', 1833).
Tarde o temprano Sánchez tendrá que fundirse con las palabras del insigne poeta británico: «¡Qué fastidio es detenerse, terminar, oxidarse sin brillo, no resplandecer...». Su fin en la sombra de la historia habría de llegar por bien de nuestra civilización. Eso, o el reverdecer de la tiranía. El controvertido ensayista norteamericano H. L. Mencken lo expuso a su manera: «Ahí cae la cabeza del rey y la tiranía abre paso a la libertad. El cambio es abismal. Entonces, poco a poco, se endurece el rostro de la libertad y con el tiempo regresa el viejo rostro de la tiranía. Entonces otro ciclo, y otro. Pero bajo el juego de estos contrarios, hay algo fundamental y permanente: el básico espejismo de que los hombres pueden ser gobernados y aún así ser libres». (H.L. Mencken, 'American Credo: a Contribution Toward the Interpretation of the National Mind', 1921).
Esa parece ser la filosofía del sanchismo: organizar la vida del ciudadano y hacerle creer que es más libre.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión