La narrativa del viaje
Si todo fuera predecible, si la verdad se basara en la absoluta certeza, no habría artistas ni pensadores, sólo ciencia neutra y fría
EMILIO GARCÍA GÓMEZ*
Miércoles, 5 de febrero 2025, 00:00
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EMILIO GARCÍA GÓMEZ*
Miércoles, 5 de febrero 2025, 00:00
Un buen amigo norteamericano, a quien llamaré Brian, ex funcionario de Exteriores actualmente residente en Centroeuropa, se resiste a describir su intensa vida siguiendo mis ... recomendaciones. Siendo un magnífico narrador y ágil con el teclado, apenas le llevaría un par de meses relatar en unos centenares de páginas los episodios más significativos de su vida profesional sin tener la sensación de haber dejado detrás muchas cosas. Decía Hemingway ('Death in the Afternoon', 1932): «Si un prosista sabe de qué está escribiendo, puede omitir episodios que conoce, y el lector, si el escritor escribe de forma verosímil, los sentirá con la misma intensidad con que el escritor los habría expresado». Quien omite cosas porque no las conoce sólo deja espacios vacíos en su obra, caso que no es el de Brian.
No sé cuáles serían las impresiones que causarían sus memorias, algunas incontables por su cargo, pero su objetivo iría más allá de mostrar a sus referentes familiares y sociales una parte significativa y otra insignificante de su vida, a ratos enredada y casi siempre envuelta en la discreción. Cuando comparo esta labor con la breve, pero bellísima, semblanza que hizo Antonio Machado de sí mismo, uno se puede avergonzar de haber malgastado su tiempo y el de sus lectores: «Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,/ y un huerto claro donde madura el limonero;/ mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;/ mi historia, algunos casos que recordar no quiero./»
Brian puede dejarse en la sombra episodios relacionados con su red profesional frívolos o indignos de salir a la luz. No es tan sencillo como declaró Camoens, resaltando en 'Os Lusiadas' su apartamiento de cualquier fabulación acerca de los episodios que que salieron de su pluma: «A verdade que eu conto nua e pura/ Vence toda grandílocua excriptura.»
La vida está llena de misterios que constituyen un gran reto para los crédulos -personas que suelen obrar de buena fe, aunque en algún momento se sientan engañadas- y los incrédulos que luchamos con la testarudez y la desesperanza de Sancho Panza contra los fantasmas que tratan de apoderarse de nosotros. En nuestra larga batalla terminamos por fin declarando que hay que dejar espacio a la curiosidad y la imaginación. Si todo fuera predecible, si la verdad se basara en la absoluta certeza, no habría artistas ni pensadores, sólo ciencia neutra y fría.
Brian navega en un océano de dudas acerca del peso de su profesión, eso que tanto agobiaba a Gustave Flaubert: «Dudo de todo, hasta de mis dudas». Pero la sabiduría puede que consista en saber cuándo resistir la duda y cuándo obedecerla. El siquiatra húngaro Thomas Szasz afirmaba que la duda es a la certeza lo que la neurosis a la sicosis. El neurótico duda y muestra temor a las personas y las cosas; el sicótico tiene convicciones acerca de ellas. En pocas palabras, el neurótico tiene problemas y el sicótico se cree proveedor de soluciones. Unamuno, que confesó ser un neurótico a ratos, lo expresó con mayor delicadeza: «La vida es duda, y la fe sin la duda es sólo muerte.» Una de sus declaraciones más dramáticas sobre la incierta existencia de Dios la expresó en verso: «Sufro yo a tu costa,/ Dios no existente, pues si Tú existieras/ Existiría yo también de veras.» ('La oración del ateo', 1912). Para el desconocido clérigo barroco inglés Charles Caleb Colton, la duda es el vestíbulo que hay que cruzar antes de pasar al templo de la sabiduría.
En sus actuales circunstancias, Brian no sabría cómo reaccionar. Las dudas respecto al riesgo y al error aumentan en la misma proporción que la edad. En realidad, se dejaría llevar por su instinto y su certidumbre.
A veces regreso, en compañía no presencial de Brian, a los lugares y personajes comunes para saciar nuestra añoranza del pasado. Nada aparece escrito al comienzo del libro de la vida; todo hay que anotarlo, en una combinación de anhelo, certidumbre, esperanza, utopía, delirio, esfuerzo, candor y ofuscación. El final siempre es el mismo. Pero, como dicen los beduinos, lo que importa de un viaje es el viaje en sí, no llegar al destino. El viaje y su narrativa valen la pena.
*DOCTOR EN FILOLOGÍA
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