El fracaso de la negritud
El actual paisaje demográfico y político de África nos muestra una realidad muy diferente a la imaginada por Césaire, Senghor y Sartre
EMILIO GARCÍA GÓMEZDOCTOR EN FILOLOGÍA
Lunes, 12 de mayo 2025, 23:21
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EMILIO GARCÍA GÓMEZDOCTOR EN FILOLOGÍA
Lunes, 12 de mayo 2025, 23:21
En la década de 1930, nació el movimiento de 'la Negritud' entre los africanos francófonos Aimé Césaire -de origen martiniqués- y Léopold Sédar Senghor -moderado ... y aclamado poeta y presidente de Senegal que, en noviembre de 1978, fue nombrado doctor Honoris Causa por la Universidad de Salamanca-. El objetivo era denunciar las tres fases de la africanidad: esclavitud, asimilación y liberación. Sus promotores no podían prever que aquellos postulados iban a ser tan poco duraderos. La búsqueda del yo, dando un salto en la historia para recuperar los valores comunales de la africanidad precolonial y oponerse a la explotación burguesa y capitalista, fue vista por otro de sus impulsores de la iniciativa, Jean Paul Sartre ('Orfeo Negro', 1948) como reaccionaria, puesto que, siguiendo la dialéctica marxista, partía de una tesis -la supuesta supremacía blanca- y acababa en una síntesis -una humanidad sin fronteras raciales, que conducía a la negra a su propia destrucción-.
En febrero de 2014, el 'señor de la guerra' y líder del grupo M23, Bosco Ntaganda, alias 'the Terminator', se sentó en el Tribunal de La Haya para responder a los cargos de violaciones y asesinatos por motivos étnico-raciales en la República Democrática del Congo. Según el abogado de las víctimas, los milicianos sometieron a civiles indefensos a la tortura «con balas, flechas y estacas erizadas de clavos, así como a la mutilación y la decapitación». Otro 'señor de la guerra' congoleño, Thomas Lubanga, fue condenado en 2012 a 14 de años de prisión por crímenes de guerra y utilizar a niños-soldado en sus campañas bélicas contra la población. En los últimos 15 años, se estima que en Congo han muerto 5 millones de personas por motivos étnicos.
El ex presidente y jefe de gobierno de Sudán (1993-2019) Omar al-Bashir, fue acusado de enviar una fuerza de paramilitares de origen árabe a Darfur y causar una matanza de hasta 400.000 personas de ancestro negro-africano. El acecho sobre al-Bashir desde diversas plataformas del mundo es lenta y semi infructuosa, puesto que sigue pendiente de cumplir su pena de prisión por corrupción y crímenes contra la humanidad. Actualmente se halla ingresado en un hospital.
Por lejano que nos suene el genocidio de Ruanda, ni los colonizadores alemanes ni los belgas fueron responsables últimos de las matanzas interétnicas llevadas a cabo en 1994 que costaron la vida a centenares de miles de ciudadanos. La presidencia de Paul Kagame -aún en ejercicio- despertó admiración de algunos diplomáticos extranjeros, aunque luego fue acusado de ser un violento autócrata. Lógicamente, la percepción de los diversos regímenes africanos por los políticos y la prensa occidentales responde a un estándar conductual muy diferente.
La situación de Somalia, según las Naciones Unidas, es «el mayor desastre humanitario del mundo». El conflicto entre Somalia y Somalilandia se ve agravado por factores como la política basada en clanes, la corrupción, las intervenciones externas, el terrorismo y la violencia climática.
Según Genocide Watch, en 2024 murieron violentamente 234.000 personas alrededor del mundo. Solamente en Sudán han fallecido 130.000. En 2013 se cometieron en Mali numerosos asesinatos de carácter étnico, la mayoría con intervención de los fulani, grupo étnico de origen desconocido y de religión islámica compuesto por unos 25 millones de personas repartidas a lo largo de África occidental y septentrional. El 23 de febrero de 2013, un enviado de las Naciones Unidas, John Ging, declaró haber recibido noticias durante su visita a ese país de que se estaban cometiendo numerosas atrocidades, violaciones y amputaciones. En 2021, el Presidente Assimi Goïta solicitó ayuda del grupo Wagner ruso y el alejamiento del ejército francés.
La lista de países africanos objeto de vigilancia ante casos de genocidio es amplia: República del Congo, República Democrática del Congo, Sudán, Uganda, Somalia, Etiopía, Nigeria, Libia, Yemen, Guinea Ecuatorial, Chad, República Centroafricana, Kenia, Guinea Bissau, Costa de Marfil, Ruanda, Burundi, Zimbabue, Sudáfrica, Angola, y Malí. Quedan en la sombra las brutalidades cometidas en Sierra Leona y Liberia. Un buen número de genocidas han huido de las persecuciones judiciales o de las venganzas de sus propios compatriotas tras haber participado en actos brutales.
Las pautas que preceden a las persecuciones y matanzas son similares: 1. clasificación por grupos étnicos, creencias religiosas y modelos lingüísticos; 2. simbolización (p.ej. formas de vestir); 3. deshumanización (equiparando al contrario con insectos o animales que causan repulsión); 4. organización de milicias armadas; 5. polarización (rechazo de actitudes moderadas); 6. guetoización (arrinconamiento de los repudiados); 7. exterminio; y 8. negación o justificación de los crímenes.
El actual paisaje demográfico y político de África nos muestra una realidad muy diferente a la imaginada por Césaire, Senghor y Sartre. El activismo pan africanista no ha logrado la anhelada fusión cultural y racial de los hombres negros a lo largo y lo ancho del planeta partiendo de la idea roussoniana del «buen salvaje», siendo estos últimos representantes de la bondad de la naturaleza humana antes de tropezarse con el hombre blanco. La frase lapidaria del Premio Nobel de literatura nigeriano Wole Soyinka (1986), «un tigre no necesita proclamar su tigretud; le basta con dar un salto, matar a la presa y devorarla», ha alejado a la sociedad africana del equilibrio buscado por Césaire y Senghor llevándola al caos. La negritud del siglo XXI requiere un nuevo paradigma.
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