Plinio el Joven escribió hace 2000 años una carta en la que hablaba de su amigo Espurina, un señor de 77 años que vivía retirado, ... jubilado diríamos ahora, con una rutina organizada y apacible. Esos setenta y siete años de entonces equivaldrían a los 100 de ahora. Tenía aún buena vista, oído fino, cuerpo ágil y lo único que tenía propio de la vejez era, cuenta Plinio, la prudencia. Qué frase tan bonita: «De la vejez, solo la prudencia». Ni amargura, ni achaques, ni obsesión por parecer más joven: solo una vida con sentido, serenamente vivida. Nada que ver con los gurús del 'antiaging' de Instagram. Porque ahora parecer viejo está prohibido. Hay que parecer eternamente joven: cremas, colágeno, bótox.
Este domingo, el suplemento de este nuestro periódico, el XL Semanal lanzaba una pregunta provocadora en su portada: «¿Qué problema hay con la edad?». Y la respuesta, en el fondo, es sencilla: ninguno... salvo que vivimos como si la edad fuera una enfermedad. El suplemento desmonta con datos y testimonios los grandes mitos del envejecimiento: que si te invade la tristeza, que si todo va a peor. En realidad, muchos indicadores dicen justo lo contrario. Las personas mayores de 60 años son, de media, más felices que las de 30. Será que ya no tienen que demostrar nada. Y, sobre todo, que han aprendido a distinguir lo importante de lo accesorio.
Los clásicos lo tenían claro: la vejez no es un castigo, sino una oportunidad. Cicerón que escribió un tratado delicioso sobre el asunto, 'De Senectute' ('Sobre la vejez'), decía que en la vejez uno disfruta de una autoridad que no necesita imponerse. La vejez, bien vivida, es una forma de sabiduría. Y también de libertad: no tienes que gustar, no tienes que impresionar, no tienes que correr.
En un mundo que venera la juventud como si fuera una divinidad, la vejez se esconde, se maquilla, se disimula con eufemismos («persona mayor», «de edad avanzada», «de otra generación»). Pero si vivir mucho es una suerte, vivir bien los años que nos quedan es un arte. Claro que hay achaques, claro que el cuerpo cambia. Pero la alternativa a envejecer, ya se sabe, es peor.
En Roma existía el respeto al que había vivido. De hecho, el Senado, es decir el consejo de los 'senex', de los viejos, era la piedra angular del sistema político en el mundo romano. Por eso lo que necesitamos no son más cremas milagrosas, sino más sabiduría clásica. Hoy se castiga la edad, hasta el punto de que hemos acuñado la palabra «edadismo» para la discriminación por motivo de edad referida al prejuicio y trato injusto hacia las personas mayores.
Como escribió Cicerón, la vejez no es una caída: es una cima desde la que, por fin, se ve el paisaje completo. Solo hay que tener el valor de subirla. En estos tiempos envejecer con naturalidad, con sabiduría, y sin pedir perdón por ello es, quizá, la verdadera revolución.
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