Están por todas partes. Cada vez con más frecuencia responden a nuestras consultas bancarias, a las reclamaciones y dudas sobre salud o consumo. A toda ... hora. Escuchan nuestras cuitas, nos recuerdan la agenda del día, apoyan al niño en los deberes y le dan los buenos días a la abuela (y hasta una receta para aprovechar las sobras). Entrenados con millones de textos, algunos como Gemini, Copilot o ChatGPT pueden con casi todo. Otros emulan conversaciones con tu mejor amigo o tu terapeuta y llegan a convertirse, antes de que te des cuenta, en tu próxima pareja. Eugenia creó Replika en 2014, tras el fallecimiento de su mejor amigo, para poder seguir conversando con él. Hoy en día, millones de usuarios de esta y otras aplicaciones han diseñado compañeros virtuales a su medida. Y creen, de verdad, que tienen vida interior.
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Para las empresas, los asistentes virtuales representan una gran fuente de ingreso. Para los usuarios son un apoyo, pero también una puerta a lo desconocido: de la exasperación se puede pasar a la dependencia emocional y a sentir aleteos en el estómago.
La ciencia avanza lentamente. Se estudia si un chatbot puede incentivar las donaciones a una causa, ayudar a cultivar la gratitud, ventilar el enfado en la interacción con las marcas, o mejorar el aprendizaje de idiomas. También se analiza su impacto en la salud mental y emocional. La relación con los chatbots, sobre todo las de tipo sentimental, es compleja. Ella dice: «Me gustaría ver las montañas». Y él viaja hasta el norte de Montana para poder hacer fotos y compartirlas con su novia-chatbot. Algunos se consideran casados con su IA: «tiene un gran corazón y no me juzga». Y es que en las interacciones, según una investigación de Arelí Rocha, estudiante de doctorado de la Universidad de Pensilvania, hay humor y profundidad afectiva; tanto, que se prolongan durante años.
A corto plazo, un chatbot puede mejorar el estado de ánimo. Pero hay riesgo de dependencia
La Unión Europea ha dado un paso adelante, frente a la IA, con una ley pionera que, aunque no es perfecta, controla a los proveedores de inteligencia artificial con una serie de obligaciones en función del nivel de riesgo de la actividad que desarrollan. Replika ya recortó capacidades para no verse inmersa en problemas legales en Italia, pero estos compañeros virtuales han venido para quedarse. A corto plazo, un chatbot puede aliviar la soledad y mejorar el estado de ánimo. Pero hay riesgo de dependencia, reclusión, persuasión y pérdida de la dignidad humana. Estas aplicaciones crean una imagen falsa de lo que constituyen las relaciones humanas. Los chatbots hacen compañía, pero carecen de la belleza real de lo imperfecto.
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