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La sociedad de la ira

El discurso de la ira -cargado de insultos, el estilo provocador e hiperbólico- no deja de crecer. No es fruto de las redes sociales, que ... solo lo amplifican, está en nosotros. En el libro 'La industria de la ira', Jeffrey M. Berry y Sarah Sobieraj sitúan el arranque de la virulencia política en programas incendiarios de opinión política en la radio y la televisión. Y no con una intención política, sino por razones culturales y tecnológicas. Como industria, con un objetivo: ganar audiencia. Los políticos de hoy no se conforman con ser objeto pasivo de la ira, sino que han convertido la agitación política con virulencia en una estrategia institucionalizada, que incluye el escrache, el ataque a las sedes, el insulto y la amplificación en redes sociales.

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Los ataques no se limitan hoy al espectro político. El fenómeno ocurre en todos los ámbitos de la vida pública, tras el éxito de Twitter, que alcanzó gran popularidad en el año 2009. Las primeras víctimas de las tormentas o linchamientos digitales se jugaron, por una frase inapropiada, trabajo y familia. Subió en un avión, mientras el tuit se hacía viral, y al aterrizar lo había perdido todo. El desprecio, la descalificación y la viralidad pueden afectar a una persona, empresa o institución, con graves consecuencias. Hace unas semanas cerraba un exitoso local en San Francisco tras hacerse pública la humillación de uno de los propietarios a una influencer no especializada, a la que invitaron a hacer una reseña. Al poco, cayó de golpe la carrera profesional de una conocida periodista mexicana, tras publicar de madrugada un desafortunado mensaje en TikTok, después de una noche de ocio; su falta de empatía hacia los trabajadores incendió las redes. En política, el caso más reciente es el del comisionado de la dana, José María Ángel: «Sí, que se recupere (tras el intento de suicidio) y que devuelva el dinero». A nivel local, sin duda destacan los ataques a la que fue brillante alcaldesa de la ciudad, Rita Barberá, que tantos han recordado ahora.

Lo importante no es desde cuándo se organizan los ataques, es poner fin a tanta violencia simbólica, que nos retrata como sociedad y que se abre paso por falta de civismo, por desconocimiento y deshumanización. Porque permite canalizar emociones sin sufrir las consecuencias y es rentable, gracias a la economía de la atención. La película 'Furia' (Fritz Lang, 1936) debería ser de obligado visionado en las aulas: la masa enfurecida que crece y busca una víctima. En lugar de lamentarnos, tomemos conciencia. Seamos parte de la solución, que requiere una ética de acción comunitaria.

El desprecio, la descalificación y la viralidad pueden afectar a una persona, empresa o institución

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