Muerte anunciada
El asesinato del influencer Charlie Kirk ha puesto en el foco, una vez más, en un pequeño grupo de personas: aquellas capaces de influir significativamente ... en los pensamientos y las acciones de muchas otras a través de las redes, como apunta Juan Carlos Siurana en «Ética para influencers». Algunos influencers son nativos digitales. Otros, cantantes y actores, ya famosos, se proyectan en Internet aprovechando el tirón de las redes. Son los influyentes del siglo XXI, admirados e idolatrados. Envidiados. A menudo nos olvidamos, deslumbrados por el brillo de la fama o por el pedrusco de pedida de Georgina («Yo lo calificaría de ordinario»), de que atraen a partes iguales fans y haters. Expuestos a tormentas digitales, nunca saben si están en la cima o en el preludio de la caída. ¿Cuánto durará, cómo terminará esto? Influir en la era de Internet es una actividad de riesgo.
La fama de la era digital pide a cambio una libra de carne. Puede ser por un comentario inoportuno. Es el caso de María Pombo, sobrepasada por las críticas a una estantería acorde a las tendencias (pocos libros, ordenados por colores o alineados de cara a la pared). Y por su discutido comentario: «Leer no te hace mejor persona». Por un disparo certero, como Kirk, víctima de un joven polarizado. O, incluso, por el afán de superarse: Pan Xiaotin, una bloguera estrella coreana especializada en devorar comida durante horas, sucumbió en un reto sin sentido.
Un río de usuarios se filma a diario comiendo, vistiendo y ordenando en busca de admiración, seguidores y, sobre todo, inversores. «Hoy no le ha puesto las bolitas de arroz». La pequeña, una adorable niña china, devora sistemáticamente y sin remilgos una bandeja de comida compartimentada. Se atreve con todo. Los seguidores aguardan: ayudada por una cuchara, la niña remoja las cinco bolas de arroz en la sopa de turno. El ritual completo esclaviza y engancha. Y ya tiene anuncios.
Los influyentes del siglo XXI, idolatrados, nunca saben si están en la cima o en el preludio de la caída
En los medios, el influencer tiene aura negativa. Pese al impacto del asesinato de Kirk por su proximidad ideológica con Donald Trump y su amistad con JD Vance, el drama parece consustancial. No es un caso aislado: la influencer Lola Coll también ha sido tiroteada esta semana. El deportista triunfa, el influencer sufre. Jóvenes con el mundo a sus pies, exitosos, pero cautivos de sí mismos, presos de las expectativas, presa fácil: desaparece en Michoacán o fallece en Mikonos. Los influencers y avatares diseñados por IA nunca serán abatidos, ofendidos o destronados. Quizá entonces podamos hablar sin tapujos de nuestra complicidad, del apego perverso a la nueva influencia.
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