Emergencia a la vista

En cuarto lugar, los riesgos atraviesan fronteras y disciplinas, y dejan huella: un apagón pone en jaque al sistema hospitalario y de transportes; un virus amenaza la economía y el empleo a nivel mundial; un terremoto genera escasez de agua potable, desabastecimiento y enfermedades infecciosas. A las vidas perdidas se suman graves daños en infraestructuras y viviendas, con repercusiones en la educación, el deporte, el pequeño comercio y la salud mental.

En quinto lugar, la necesidad de contar con planes de prevención y contención efectivos a todos los niveles: en negocios e instituciones, comunidades de vecinos, municipios, provincias y Comunidades Autónomas; en el hogar, no hace falta insistir, el «kit de emergencia». Junto a la prevención, en sexto lugar, una buena comunicación. Nada de apagones informativos ni de minimizar: necesitamos información oficial, oportuna y precisa; además, medios de comunicación resilientes, aparatos receptores (bien sea un móvil o la radio a pilas), y una actitud proactiva frente a la desinformación, para combatir el rumor «negro» que crea falsas alarmas y entorpece los trabajos de los servicios de emergencias.

En séptimo lugar, invertir en investigación: ¿Cómo se contagia el Covid?, ¿Cómo desarrollar vacunas en tiempo récord?, ¿Qué sistemas de vigilancia ofrecen garantías tras el aumento de caudales en ríos y barrancos? En octavo lugar, asegurar la protección especial a las personas mayores, sin movilidad, y a los enfermos. En noveno lugar, tras el apagón: hay una vida hermosa más allá de la tecnología. Por último, podemos confiar en el sector sanitario, en los cuerpos y fuerzas de seguridad, el ejército, los bomberos, las ONGs, los periodistas, los vecinos, la sociedad, los jóvenes y los voluntarios. Con palas y escobas, hemos roto el cascarón.