Violencia entre adolescentes
DAVID DE CUBASPSICÓLOGO ESPECIALIZADO EN ADOLESCENTES Y FAMILIAS
Viernes, 13 de junio 2025, 23:29
Estamos siendo testigos de un preocupante aumento de conductas violentas entre adolescentes: agresiones físicas, acoso escolar, abuso de sustancias, consumo desmedido de pornografía y, en ... los casos más extremos, violencia sexual entre menores. Muchas familias se preguntan: ¿qué está pasando con nuestros hijos? Y aunque buscamos respuestas fuera, en las calles o en las redes, la verdad más incómoda está más cerca de lo que creemos: en casa. En la manera en cómo educamos, en el tiempo que dedicamos a escucharlos, a enseñarles a sentir y a nombrar lo que les pasa. No basta con dar órdenes o normas. Nuestros hijos necesitan la presencia de sus padres y madres, una comunicación más asertiva, saber poner límites con afecto, y adultos que les enseñen a ser personas responsables en un contexto que en ocasiones es adverso a la adolescencia. Cuando ese acompañamiento falla, lo que queda es un vacío que la sociedad llena con urgencias, ruido y modelos equivocados sobre el amor, el cuerpo y el valor de uno mismo. Lejos de ser casos aislados, estos actos reflejan una profunda crisis estructural que atraviesa a las familias, al sistema educativo y a las instituciones públicas de una sociedad que, paradójicamente, se considera avanzada.
Como psicólogo especializado en adolescentes y familias, cada día vemos cómo se incrementan los casos de una educación emocional insuficiente. Muchos adolescentes, llegan a este momento sin las herramientas básicas para regular sus emociones, manejar la frustración o tomar decisiones responsables. Adolescentes perdidos, frustrados, que no saben ponerle nombre a lo que sienten. Familias desbordadas que sólo reaccionan cuando ya es tarde, cuando el conflicto ya ha estallado. Y todo esto, lamentablemente, no es casualidad. Es lo que ocurre cuando dejamos de hablar de lo que realmente importa, cuando el ruido del día a día tapa el dolor silencioso que se siente en muchos casos en la adolescencia y de esta forma, aprendemos a convivir sin realmente conectar con nuestros adolescentes. Cuando un adolescente no encuentra apoyo emocional en casa y vive bajo la presión constante del entorno, empieza a buscar salidas por su cuenta. A menudo, esas salidas son peligrosas: violencia, drogas, alcohol o una sexualidad sin control. No lo hacen por maldad. Lo hacen porque no saben cómo calmar lo que sienten por dentro ni quiénes son realmente. Porque cuando no se les enseña a canalizar el dolor, el miedo o el vacío, terminan buscando respuestas en lugares donde solo hay más confusión y soledad. Uno de los factores más alarmantes es el acceso temprano y sin supervisión a contenidos pornográficos. Lejos de ser una simple curiosidad juvenil, la pornografía está moldeando de manera distorsionada la percepción de la sexualidad en muchos adolescentes, generando una visión centrada en el poder y la dominación del otro. Esta exposición precoz, sin un marco afectivo ni educativo que la contenga, puede interferir en el desarrollo emocional y en la construcción de relaciones sanas y respetuosas. Si a todo esto le añadimos que el cerebro del adolescente aún se está desarrollando -especialmente las áreas relacionadas con el autocontrol, la toma de decisiones y la empatía-, el impacto es aún mayor. La exposición repetida a la pornografía genera una descarga elevada de dopamina, el neurotransmisor asociado al placer y la recompensa, lo que puede provocar una especie de 'enganche' emocional y conductual. Esto refuerza patrones de comportamiento impulsivo y dificulta la construcción de una sexualidad saludable. La búsqueda constante de esa gratificación inmediata, sin filtro ni reflexión, puede derivar en la normalización de conductas agresivas o deshumanizadas en las relaciones interpersonales. Este escenario es un riesgo real que no podemos seguir ignorando.
No podemos limitarnos a actuar sólo cuando ocurre la tragedia. La prevención debe comenzar en los primeros años de vida. Desde la infancia, las familias deben trabajar activamente en el desarrollo de habilidades personales: enseñar a identificar y expresar emociones, resolver conflictos, fomentar la empatía, el respeto al otro y, sobre todo, cultivar el autocontrol y la autodisciplina. En el entorno familiar se forman las primeras referencias sobre cómo relacionarnos con los demás, cómo manejamos nuestras emociones y cómo respondemos ante los límites, las normas y la convivencia.
Los centros educativos tienen también un papel fundamental. No basta con impartir contenidos académicos; deben convertirse en espacios seguros donde se trabaje la convivencia, la educación emocional y la prevención de conductas de riesgo. La formación en valores, la participación del alumnado y la coordinación con las familias son elementos clave. Además, es esencial que los equipos docentes estén capacitados para detectar señales de alerta y actuar de forma preventiva. Por último, las instituciones públicas deben asumir su responsabilidad de ofrecer recursos, campañas de sensibilización y programas de intervención temprana. Invertir en prevención no es un gasto, es una inversión en la salud mental y social de las futuras generaciones.
Sin un compromiso conjunto, no lograremos frenar una escalada de violencia que ya está dejando huellas profundas. No podemos seguir normalizando la violencia entre adolescentes ni mirando hacia otro lado. El momento de actuar es ahora. Educar no es solo proteger, es preparar. Y si queremos adolescentes responsables, respetuosos y emocionalmente sanos, debemos empezar por ofrecerles el acompañamiento, el ejemplo y la guía que necesitan desde el primer día.
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