Quemar el uniforme
El ejemplo del artista canario César Manrique no es ni mucho menos singular
BRUNO FERNÁNDEZ TERRASA
Lunes, 12 de mayo 2025, 23:21
Uno de los muchos atractivos de Lanzarote es su cuidadísimo urbanismo y paisajismo. La gama de colores con las que se pintan las fachadas de ... las edificaciones, por ejemplo, está regulada, y las vallas publicitarias que festonean casi todas las carreteras españolas están terminantemente prohibidas. Con estas medidas se trata de preservar el encanto volcánico e indómito de la pequeña isla. Una impronta en el carácter estético lanzaroteño que se lo debe casi todo al artista multidisciplinar César Manrique. Este conejero universal goza con justicia de un prestigio indiscutible e indiscutido, a pesar de un pasado, llamémosle, políticamente incorrecto. Pues tras la sublevación militar del 18 de julio de 1936, siendo muy jovencito, corrió a alistarse como voluntario en el bando rebelde para terminar sirviendo en el cuerpo de artillería de Ceuta y combatiendo en varios frentes peninsulares. Cuentan que al volver a casa, ya terminado el conflicto fratricida, quemó su uniforme y que no volvió a hablar jamás de aquello. Aunque algún vínculo debió mantener con su servicio en la milicia nacional, ya que cursó la carrera de Bellas Artes en Madrid, de la que se graduó en 1945, gracias a una beca concedida por la Capitanía General de Canarias. Contado lo cual, quién soy yo para juzgarle sino por la belleza de su obra. Y es que el ejemplo del canario no es ni mucho menos singular. Tal es el caso del periodista y columnista gallego Julio Camba, pero en sentido doctrinal inverso. El pontevedrés militó desde la adolescencia en el movimiento anarquista, hasta que, conmocionado por el atentado fallido contra el rey Alfonso XIII el día de su boda, acto terrorista que provocó la muerte de veintitrés personas y heridas a más de cien y en el que se vio involucrado indirectamente -el autor material, Mateo Morral, utilizó su credencial de prensa para acercarse a la comitiva real-, transitó a un conservadurismo que ya no abandonaría jamás y que le impulsó a abrazar la causa franquista desde su génesis. Quizá por la importancia de su obra y su influencia en el periodismo moderno, la figura de Camba no ha sufrido de la proscripción póstuma que sí han padecido otras figuras relevantes de su época. Sin embargo, ahora que surgen con fuerza nuevas iniciativas, incluso audiovisuales, para reivindicar su legado, han brotado los malabarismos reinterpretativos, las enmiendas retroactivas y los actos de purificación que lo han reconfigurado como «el hombre que no quería ser nada», uno dotado de una ironía tan profunda que era ininteligible, cómo no, para los del diario derechista ABC en el que publicó tantos años. Eso sí, con velados reproches a su desafección por el galleguismo. Vamos, que como murió con el uniforme (ideológico) puesto, ya se lo queman ellos.
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