La falsa mayoría
¿Qué llevó a millones de españoles a volcar sus iras en el gobierno de Aznar?
Con las movilizaciones en apoyo a los flotilleros antisemitas de la Global Sumud la izquierda ha resucitado el «No a la guerra» y el «Nunca ... mais». Acciones mediáticas y callejeras éstas que habitualmente les han servido para justificar su existencia, ocultar su proverbial incapacidad gestora y tapar los casos de corrupción propios. Éste es el terreno en el que el mal llamado progresismo se mueve como pez en el agua. Pero aquéllas no son restrictivamente maniobras de distracción, sino que en realidad tienen un calado mucho más profundo. Es así como construyen falsas mayorías sociales, abrumando y acogotando con bombardeos mediáticos o marchas de apariencia masiva. Porque, además, es tradicional que la derecha española, de naturaleza acomplejada ya desde su configuración moderna tras la extinción del franquismo, sea especialmente sensible a las manipulaciones de este tipo. Sin embargo, hemos de recordar que si el PSOE se hizo con el gobierno de la nación en 2004 no fue gracias tanto a esta modalidad de despliegue popular que se puso en marcha con especial intensidad a partir de finales de 2002 como al atentado del 11 de marzo del mismo año. Ahora bien, incluso aceptando este hecho, ¿que llevó a millones de españoles a volcar sus iras por el asesinato de casi doscientos españoles en el gobierno de Aznar y no en los verdaderos responsables, los terroristas islamistas de origen marroquí?
La internalización es el fenómeno según el cual los procesos de impacto sociológico transfieren sus efectos a la psicología individual. Es gracias a este evento que, por ejemplo, el pancatalanismo mantiene una cierta ascendente sobre buena parte de la sociedad valenciana, sobre los adeptos a su causa y sobre los que no lo son. No es que el argumentario sucursalista resulte estimulante o que sea científicamente sólido o brillante, que no lo es. Lo que ha propiciado su éxito relativo es la capacidad para influenciar en la psique individual, sobre todo en lo que se refiere a los mecanismos de auto represión de los impulsos de oposición: el temor a ser señalado como terraplanista o franquista por afirmar la singularidad de la lengua valenciana, o por escribir la forma genuinamente valenciana «vixca». En fin, resulta mucho más económico y eficaz en términos políticos disuadir para no oponerse que convencer para unirse; de ahí a la activación del seguidismo o del gregarismo sólo hay un paso. Ese fue el propósito de los grandiosos y coreografiados congresos nazis en Nüremberg, y ese es el propósito del apabullante mar de banderas palestinas ondeantes y de los discursos moralizantes lanzados desde aquél. La propaganda como medio casi exclusivo de alcanzar o de mantener el poder y, de paso, de acabar con la alternancia política.
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