De ángeles y demonios
El Belén navideño convive en las casas de los españoles con otros elementos de origen diferente
Muchos artistas actuales coquetean con la estética luciferina. Lo hacen sutilmente, pero resulta evidente. No piensen que tras este fenómeno existe una maldad auténtica; lo ... hacen con una ingenuidad inducida. A los jóvenes de hoy se les ha impuesto la sublimación filosófica del antihéroe. Esta corriente, que ha determinado la cultura pop contemporánea, ha llegado incluso a oscurecer a los héroes clásicos y a destapar su bis atormentada. Qué otro personaje podría, pues, ser considerado el perdedor por antonomasia si no el Ángel Caído.
En la versión más difundida y estereotipada, el arcángel Luzbel, poseído por los celos hacia el hombre, se enfrenta a Dios en una despiadada guerra. Derrotado por San Miguel, es expulsado del Cielo. Sin embargo, en las interpretaciones bíblicas canónicas la controversia se circunscribe a una relacionada exclusivamente con la soberbia del querubín -no un arcángel- Lucifer, «el portador de la luz» (Libro de Ezequiel 28:12-15). Y es que los seres divinos del Antiguo Testamento poseían rasgos tan humanos como el de la envidia o el de la ira, al modo olímpico. Es después que llegaría la dulcificación y el perfeccionismo de los textos cristológicos.
Los cismas protestantes, por su lado, narran con vehemencia estos pasajes y parábolas moralizantes en sus sobrias iglesias, pero son incapaces de representarlas iconográficamente. Característica ésta que los conecta con la iconoclasia mahometana y judía. Muy al contrario, el catolicismo lleva siglos manteniendo su tradicional y rica imaginería, esa que acerca visualmente al creyente a un mundo que para el luteranismo, el calvinismo, el judaísmo o el islamismo permanece en la invisibilidad y en la abstracción. Ahora bien, si las imágenes de Jesús, la Virgen, los ángeles, los Apóstoles y las de los santos hechas en madera o yeso, o los eventos bíblicos descritos con dinamicidad en frescos, relieves, cuadros o en impresionantes retablos, adornan los templos católicos, existe algo que transforma los hogares particulares en extensiones representativas de esta rica tradición. Más allá del crucifijo y de la estampita encajada en el reborde del marco del espejo de un tocador, el Belén navideño. Hoy, este elemento figurativo barroco convive en las casas de los españoles con otros de origen diferente, como el pino adornado centroeuropeo y los restantes de espiritualidad aséptica. Tan aséptica, que a veces dudo de si al norte de los Pirineos, o en los Estados Unidos, regiones huérfanas de la costumbre belenística hispano-italiana, sepan muy bien qué es lo que se celebra durante las fiestas decembrinas. Así que no pierdan ustedes este hermoso hábito. O recupérenlo, y de paso impidan que se les cuele un ángel desalado, encabronado y cornúpeto por la ventana.
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