Torrente, el becario de José Luis Ábalos
No me quito de la cabeza el gran momentazo del registro de la casa de Ábalos en Valencia a cargo de la UCO. Y aparece ... ella: Anaís, alias 'Letizia Hilton', ex actriz porno reconvertida a modelo e influencer de paseos perrunos. La joven a la que pillan intentando sacar un disco duro discretamente, diciendo que va a dar de comer al perro o a desayunar. Un esfuerzo tan sutil como un elefante en cristalería. Les digo yo que Torrente es un aprendiz al lado de Ábalos.
Mientras, Sánchez se defiende como gato panza arriba y le vale todo para achicar el agua del interior del barco que dice que capitanea. Pero lejos de mirar hacia dentro, prefiere disparar hacia fuera. Su estrategia pasa por tapar el fuego con gasolina y en lugar de dar explicaciones sobre los registros judiciales, se dedica a convertir el Congreso en un plató de tertulia de sobremesa. Un espectáculo de alta tensión, pero de baja responsabilidad.
Sánchez ya no gobierna: sobrevive. ¿Su plan? Que la gente olvide a Koldo, Ábalos, Santos Cerdán. Que solo vean Gürtel, Púnica o al novio de Ayuso. Pero el truco empieza a fallar: ya no basta con gritar «y tú más». La desesperación presidencial es palpable y cuanto más señala a los demás, más evidente se hace que el escándalo le está comiendo por dentro.
Sánchez se defiende como gato panza arriba y le vale todo para achicar agua del barco
¿Y la calle? Más tranquila que un spa en domingo. Curioso el contraste porque mientras a Sánchez le llueven los casos y no los reproches, a Carlos Mazón le acorrala la izquierda, le organiza manifestaciones, piden su dimisión y le aprietan como si se jugara la supervivencia del Estado. Uno se pregunta: ¿Qué criterios seguimos para sacar las pancartas? ¿Es más grave la gestión de Mazón que la colección de escándalos socialistas? ¿O es que nos hemos acostumbrado tanto al escándalo, que ya no nos altera el pulso?
Puede que el problema no sea solo de la corrupción, sino la normalización de la misma. Que haya quienes, ante cada caso nuevo, solo se limiten a decir «todos son iguales», mientras cambian de canal o hacen scroll en el móvil. Tal vez nos hayamos convertido en una sociedad con bótox moral: incapaz de expresar rabia, indiferente al esperpento, inmune al bochorno.
La gran pregunta no es si hay corrupción. Eso ya ni sorprende. La verdadera cuestión es: ¿Cuánto más estamos dispuestos a tragar antes de decir basta? Porque si ver a una actriz porno saliendo de la casa de un exministro con un disco duro en el pantalón no es la gota que nos saque a la calle, entonces ya no queda disco duro que recuperar. Ni vergüenza que esconder.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.