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El pontífice argentino que cambió el rostro de la Iglesia con su cercanía, su humanidad desbordante y su forma sencilla de entender el poder, ha ... cerrado su etapa en la historia y con él se marcha una figura que incomodó a muchos por ser diferente y hablar claro.
Pero entre tanto legado pontificio, hay un episodio que muy pocos recuerdan y que, sin embargo, dice mucho de quién fue Jorge Mario Bergoglio: su visita casi anónima a Valencia en el verano de 2006 cuando la ciudad acogía el V Encuentro Mundial de las Familias, presidido por Benedicto XVI. Entre los miles de peregrinos, un joven obispo de Osma-Soria, acompañaba a familias de su diócesis. En el atrio de la parroquia del Santo Ángel Custodio, en el barrio de Patraix, paseaba un hombre alto, delgado, vestido de clériman. Era el cardenal Bergoglio.
Ese obispo había compartido ejercicios espirituales con él unos meses antes. Se acercó a saludarlo con el respeto de quien sabe que está ante alguien grande. La conversación fue breve pero intensa: «No, no, presida usted», le dijo Bergoglio. El obispo, humilde, intentó declinar. Pero Bergoglio insistió aunque al final, aceptó presidir la Eucaristía. Nadie aplaudió, nadie se levantó a tomar fotografías. Solo una de las pocas personas que se percató de la escena tomó una fotografía.
Años más tarde, ya como Papa, el obispo se la mostró: «Santo Padre, ¿se reconoce?». «Sí, de Valencia», respondió Francisco. Recordaba aquel encuentro, los ejercicios espirituales a los obispos y los papeles que entonces distribuyó con sus meditaciones. Ese material, de hecho, fue luego publicado por la Conferencia Episcopal.
El tiempo pasó y Bergoglio se convirtió en Papa. Su rostro se volvió mundialmente conocido junto al de Benedicto XVI, con quien compartió protagonismo. Pese a tener ideas diferentes, le recomiendo revisar la escena de los dos viendo un partido de fútbol en la película 'Los dos Papas' protagonizada por Jonathan Pryce y Anthony Hopkins. Pero quienes lo vieron antes, quienes compartieron misa con él en una iglesia de Patraix, sabían que su esencia no había cambiado.
Humanizó el papado sin despojarlo de su peso espiritual. Fue capaz de hablar de misericordia ante multitudes y recordar, con el mismo fervor, un encuentro en una iglesia valenciana. Hoy, cuando el mundo despide al Papa Francisco, Valencia puede recordar que también fue suya, aunque solo por unas horas. Que su discreto paso dejó una huella silenciosa pero imborrable. A veces, las cosas más grandes empiezan con gestos sencillos.
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