Que mueran, si eso, sin molestar mucho
Nos alegramos. Sí, hace apenas un año, en noviembre de 2024, hubo un instante de esperanza. Una ley para los enfermos de ELA que prometía ... agilizar los trámites para el reconocimiento de discapacidad y dependencia, además de cuidados, dignidad y, sobre todo, humanidad. Y como todas las buenas historias con promesa de final feliz, nos enteramos de que la alegría duró lo que dura un caramelo en la puerta de un colegio. Porque, sorpresa, la ley no se aplica. No hay dinero. O bueno, sí lo hay, pero para otras cosas que todos intuimos por lo que vemos: para cambiar placas de calles o para asesores. Para la ELA, solo palabras.
Tuve la fortuna de conocer a Salvador Arnaldo, enfermo de ELA y galardonado en Cope Valencia por su superación personal. Pienso que a todos nos estremece la situación de un enfermo pero, personalmente, lo de la ELA me rompe. Salva lo explica sin aspavientos pero con la contundencia del que ya ha perdido más de lo que cualquier burócrata podría imaginar. Están hartos de papeles mojados, de promesas que se convierten en partidas presupuestarias fantasma.
¿La respuesta del Gobierno? Una propina de 10 millones de euros, que ni siquiera han cobrado todavía, «mientras se perfila cómo aplicar la ley». Un parche. Un apaño. Con suerte, y eso si no hay comisiones por el camino, dará para cubrir a unos 100 enfermos en fase avanzada. ¿Y los otros 4.400 millones de euros? Que esperen. Que aguanten. Que mueran, si eso, sin molestar mucho. No teniendo suficiente con la enfermedad, los afectados se organizan y plantan cara denunciando y no por gusto, sino porque no tienen otra. Porque, como dice Salva, «actualmente solo tenemos un papel... y nada más».
Dicen que las leyes están para cumplirse pero se hacen para lucirse en la foto del día, y luego se archivan
En tiempos «progresistas» donde se presume de avances sociales, ¿qué mayor hipocresía que dejar morir con sufrimiento a quienes ya cargan con una condena irreversible? Es una ironía que esta ley para la dignidad acabe siendo un ejemplo perfecto de la indignidad política.
Dicen que las leyes están para cumplirse pero se hacen para lucirse en la foto del día, y luego, como tantas otras cosas, se archivan en el cajón de los olvidos presupuestarios. Lo triste es que en este caso no hablamos de carreteras ni de trenes de alta velocidad. Hablamos de personas. De vidas. De tiempo que no se recupera. Así que la próxima vez que alguien diga «hemos aprobado una ley histórica», preguntémosle si también han aprobado el presupuesto. Y si no, que se ahorren el titular. Porque prometer hasta meter, y una vez metido... si te he visto, no me acuerdo.
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