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En Picanya, corazón del dolor de la dana, la Semana Santa de este año se vive de un modo diferente. No hay procesiones, no hay ... imágenes, ni andas, ni siquiera hay templo. La parroquia permanece cerrada desde que la riada arrasara los objetos sagrados y parte del alma colectiva de su gente. La iglesia presenta actualmente daños severos, con hongos que impiden su uso, y lo que antes fue lugar de encuentro y recogimiento se ha visto reemplazado por el centro cultural del ayuntamiento. Y sin embargo, la fe se mantiene. No solo se mantiene: ha crecido, ha cobrado nuevas formas, se ha intensificado.
Su párroco, Joaquín Civera, muestra una serenidad conmovedora y sabe que, a pesar de todo lo perdido, la comunidad no ha renunciado a vivir su Semana Santa porque si algo les ha enseñado la fe, es que lo esencial no se rompe con el agua. En Domingo de Ramos, la procesión no fue desde la plaza hacia la iglesia, sino justo al revés: desde la iglesia vacía hasta el centro cultural, símbolo de cómo ahora todo parece estar dado vuelta, y sin embargo, el fervor sigue siendo el mismo. Tal vez incluso mayor. La gente no solo asistió: caminó junta, rezó junta, se emocionó junta.
La realidad es que las imágenes que recorrían la Semana Santa están destrozadas porque algunas se perdieron, otras quedaron mutiladas y las andas desaparecieron por la riada. Por eso, este año no habrá procesión, pero sí habrá un acto que, lejos de parecer menor, promete ser profundamente emotivo: el viacrucis de mañana, Viernes Santo.
Ese viacrucis tampoco recorrerá las calles habituales. Joaquín ha decidido llevarlo por el barrio más castigado por la riada, por el lugar donde el agua entró con más fuerza, donde las casas quedaron más dañadas, donde el dolor fue más visible. Donde las personas que apenas se saludaban en el ascensor, ahora se ayudan a limpiar barro, a reparar garajes, a sacar agua de los bajos. Donde antes había rutina, ahora hay hermandad. Lo que antes era un vecino lejano, hoy es casi un hermano. Mientras Joaquín termina de escribir el viacrucis que se rezará entre las calles heridas, los afectados esperan con la esperanza serena de quien sabe que, después de la cruz, viene siempre la resurrección.
Y en ese sentido, lo que está ocurriendo en Picanya este año es una lección silenciosa para todos: cuando las imágenes se rompen, cuando el templo se cierra, cuando todo parece perdido, lo esencial sigue en pie. La fe, el amor al prójimo, la comunidad que no se deja vencer. Y esa sí que es una procesión que nunca se detiene.
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