«Ánimo Alberto», el último acto del teatro nacional
Ojo al dato: Sébastien Lecornu fue nombrado primer ministro en Francia el 9 de septiembre... y el 6 de octubre ya había dimitido. ¿El motivo? ... Falta de apoyo parlamentario. No le hacía falta ni un caso Koldo ni media 'txistorra'. Le bastó con no poder formar un gobierno decente. Te doy otro: François Bayrou, primer ministro francés que también se fue a su casa en septiembre tras perder una moción de confianza. Ni 'ánimos', ni chascarrillos. Se va, punto. Antes de François, la también primera ministra Élisabeth Borne dimitió en enero de 2024 por la presión política, llegando a superar casi una treintena de mociones de censura.
Aquí, en cambio, el «yo no sabía nada» o el «todo es mentira», lo soporta todo. En la casa de nuestros vecinos, cuando se intuye un escándalo, dimiten. En España, se hacen trending topic, es más, puedes aparecer en un informe de la UCO, tener a medio equipo salpicado, firmar contratos con tu cuñado y seguir tan campante, soltando frases ingeniosas en el Congreso como si fueras el maestro de ceremonias de una gala de premios. Hemos vivido esta semana otro episodio digno de serie cómica, con Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo protagonizando un cara a cara que se parecía más al especial de Nochevieja.
No daba crédito al «Ánimo, Alberto» que soltó Sánchez con ese tonito que te deja entre el sarcasmo y el escozor, mientras el líder del PP tiraba de munición UCO a base de 'soles' y 'txistorras'.
No daba crédito a lo que soltó Sánchez con ese tonito que te deja entre el sarcasmo y el escozor
Pero ya sabemos que en este país lo de asumir responsabilidades no se estila y cuando el agua empieza a subir, se despliega la cortina de humo de turno. Esta semana, el ejército de cabezas pensantes de Sánchez han conseguido que el foco mediático haya virado convenientemente hacia la flotilla (menuda banda) de activistas bienintencionados que partieron hacia Gaza en plan epopeya humanitaria... pero que, cosas de la logística política, regresaron en avión, con billetes sufragados con los impuestos de todos los españoles. Vamos, lo comido por lo volado. Nunca mejor dicho.
No hay dignidad política, pero sí que existe la genialidad a la hora de crear indefinidamente relatos que ensombrecen la realidad de un gobierno que no existe y que intenta mantenerse a flote al precio que sea. Quizá algún día entiendan que esa dignidad política no se mide en eslóganes ni en flotillas de ida y vuelta, sino en asumir responsabilidades sin necesidad de que te pillen. Pero hasta entonces, pasen, vean... y agárrense el bolsillo, que el próximo vuelo también lo pagamos entre todos.
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